El consumo excesivo de proteínas es un tema de estudio en la comunidad científica desde hace años. Muchos expertos indican que, en los países del primer mundo, como Estado Unidos, por lo general se consume más proteína de la necesaria de forma diaria, recomendando a su vez reducir su ingesta hasta unos 40 o 60 gramos al día.
Sin embargo, en los últimos años han surgido tendencias dietéticas, como la popular dieta paleolítica, que situan las proteínas como nutriente principal de la ingesta calórica diaria. Aunque este tipo de régimen alimenticio tiene claras ventajas, no está exento de riesgos. Así lo demuestra un estudio reciente realizado por la Universidad de Ginebra.
Dietas ricas en proteínas
Pese a que el consumo de proteínas en exceso es ya un asunto generalizado en los países del primer mundo, lo que realmente preocupa a los expertos son aquellos planes alimenticios en los que este nutriente toma un papel protagonista. Es el caso de la famosa dieta paleolítica, que se basa en el consumo de carnes, intentando adaptar la alimentación actual a la que seguía el ser humano durante la prehistoria.
Esta dieta es, por supuesto, alta en proteínas. Y su principal beneficio parece ser una mejoría en el control del peso, que puede llevar a estabilizar trastornos metabólicos como la diabetes.
Las proteínas, al fin y al cabo, tienen un menor impacto en los niveles de glucosa en sangre si las comparamos con otros nutrientes, como los carbohidratos. Además, generan mayor sensación de saciedad y contribuyen a la preservación de la masa muscular, dos objetivos claves para el control del peso. De hecho, un estudio realizado por un grupo de expertos para la American Journal of Clinical Nutrition en 2008 demostraba que una dieta rica en proteínas puede mejorar la sensibilidad a la insulina, lo cual facilita que las células del cuerpo usen la glucosa de forma más eficiente.
Pero, si estas dietas pueden ser tan positivas para la salud, ¿por qué la comunidad científica nos advierte sobre ellas? El problema reside en un desecho derivado de la descomposición de las proteínas en nuestro organismo: el amonio.
El problema del amonio
Lo que preocupa a la comunidad científica de las citadas dietas ricas en proteínas es el amonio. Este se produce en el cuerpo humano principalmente como subproducto del metabolismo de las proteínas y aminoácidos. Es decir, cuando el organismo descompone las proteínas en sus componentes básicos, los aminoácidos, por medio de la digestión, da lugar a una reacción que produce amonio. Este debe ser rápidamente eliminado del cuerpo, dado que es tóxico.
Es aquí donde entra en juego la enzima glutamato deshidrogenasa (GDH), que ayuda a eliminar este compuesto del organismo. Esta enzima es producida por el hígado y es crucial, por tanto, para el metabolismo de las proteínas.
Lo que el mencionado estudio de la Universidad de Ginebra ha demostrado es que consumir demasiadas proteínas de forma repentina podría forzar el hígado, causando daños en el organismo, trastornos neurológicos y, en casos graves, incluso el coma.
¿Cómo evitar los riesgos de las dietas ricas en proteína?
Pese a lo alarmante de las conclusiones de este estudio, es importante resaltar que estos efectos no son generalizados para todas aquellas personas que consumen proteínas en exceso.
De hecho, el estudio, realizado en ratones, descubrió que cuando esta dieta rica en proteínas se producía en animales sanos, el hígado conseguía corregir el exceso de amonio provocado por la alimentación generando más GDH.
Sin embargo, aquellos ratones que carecían de la enzima GDH sufrían graves consecuencias frente al cambio de rutina alimentaria. Y no era necesario esperar semanas ni meses para observar problemas, bastaban días para detectar los primeros síntomas de intoxicación por amonio.
Es por eso que, en sus conclusiones, los expertos recomiendan acudir a un especialista para, con una analítica de sangre, observar la actividad de GDH en cada individuo antes de realizar un cambio brusco hacia una dieta rica en proteínas.