La silla de oficina con ruedas aún chirría cuando su dueño se levanta y se aleja del escritorio. Su dueño ha tardado lo justo en levantarse, caminar hasta la máquina de café y volver. Ni dos minutos en movimiento.
Y sin embargo, algo ha cambiado: el pulso se ha acelerado, el calor corporal ha subido un punto y la cabeza parece menos embotada. No ha habido maratones, ni cintas de correr, ni siquiera zapatillas deportivas. Solo un trayecto minúsculo que ha puesto en marcha una cadena de reacciones internas más potente de lo que parecía.
Ese tipo de movimientos breves y repetidos a lo largo del día están empezando a cobrar una importancia que nadie les había dado hasta ahora. Según un nuevo estudio publicado en Proceedings of the Royal Society B, los llamados micropaseos —periodos de caminata que duran entre diez y treinta segundos— tienen efectos inesperadamente potentes sobre el gasto energético.
No es una teoría: es lo que han medido los investigadores cuando han comparado este tipo de caminatas fragmentadas con trayectos más largos y constantes. Caminar menos... puede hacer que el cuerpo trabaje más.
Micropaseos: moverse sin moverse del sitio
Llamarlo paseo suena exagerado, pero técnicamente lo es. Basta con ir al baño, cruzar el pasillo para llenar una botella de agua o cambiar de habitación para buscar el móvil. Cada uno de esos desplazamientos cuenta como micropaseo. La clave no es la distancia ni el tiempo total que se acumula, sino la frecuencia y el hecho de partir desde el reposo.
Levantarse y andar un poco, aunque sea unos segundos, ya es beneficioso.
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Es un planteamiento totalmente opuesto al clásico de las caminatas largas. Aquí no se trata de buscar un parque ni de dedicar media hora al día para salir a andar. Lo que plantea el estudio es que el cuerpo gasta más energía cuando realiza estos trayectos cortos una y otra vez, precisamente porque cada inicio requiere un esfuerzo añadido.
Según explicaba Francesco Luciano, uno de los autores del trabajo, “cuando empezamos a andar, consumimos una cantidad significativa de oxígeno solo para arrancar el movimiento”. Ese consumo extra es proporcionalmente más alto cuando se camina durante poco tiempo.
Más esfuerzo en menos tiempo
Los resultados del experimento no dejan mucho margen a la interpretación. El equipo de la Universidad de Milán pidió a diez personas sanas que caminasen o subiesen escaleras durante intervalos que iban desde los 10 segundos hasta los 4 minutos. Lo hicieron en máquinas con sensores que medían el oxígeno utilizado, y por tanto, el esfuerzo real del cuerpo en cada caso. Y ahí vino la sorpresa.
Aunque parezca contraintuitivo, los paseos breves con descansos entre uno y otro llegaron a requerir hasta un 60 % más de energía que recorrer esa misma distancia del tirón.
La razón está en cómo funciona el metabolismo al comenzar una actividad. El cuerpo, al igual que un coche, necesita más combustible al arrancar que cuando ya está en velocidad de crucero. Esa diferencia se acentúa cada vez que el cuerpo vuelve al reposo y arranca de nuevo, que es justo lo que ocurre con los micropaseos.
El problema de estar demasiado quieto
Estar sentado mucho tiempo sin interrupciones tiene efectos que van más allá de la incomodidad lumbar. Aunque se haga ejercicio por la mañana o al final del día, el sedentarismo prolongado deja unos efectos que no se borran con una sola sesión de deporte.
Es lo que han comprobado diversos estudios en los últimos años: permanecer inactivo durante horas seguidas puede ralentizar el metabolismo, afectar negativamente a la circulación e incluso aumentar el riesgo de enfermedades como diabetes tipo 2 o dolencias cardiovasculares.
La activación partiendo desde repaso es más beneficiosa.
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Por eso, la importancia de los micropaseos no está solo en lo que aportan, sino en lo que interrumpen. Rompen con ese estado de quietud mantenido, obligan a los músculos a activarse de nuevo y estimulan procesos internos que se adormecen cuando el cuerpo pasa demasiado tiempo en modo reposo.
Lo interesante es que no hace falta un esfuerzo físico considerable: simplemente con levantarse cada cierto tiempo y dar unos pasos, ya se genera un beneficio real.
Movimiento exprés, efecto duradero
Hay más. Además del impacto físico, los micropaseos tienen un efecto directo sobre el estado mental. La doctora Kelly Sturm, fisioterapeuta especializada en rehabilitación oncológica, lo resume así: “Estas caminatas pueden ser tan simples como un paseo rápido alrededor de la oficina, caminar a tomar un café o salir a tomar un poco de aire fresco”. Pero su repercusión no se queda ahí.
Según la experta, "las pausas frecuentes para moverse son estupendas para despejarse, potenciar la creatividad y reducir el estrés". Esa combinación —movimiento breve y beneficios psicológicos— convierte los micropaseos en una herramienta perfecta para entornos en los que pasar horas sentado es lo más habitual.
Y lo mejor es que no requieren preparación, ni tiempo, ni planificación. Son tan automáticos como levantarse por instinto, y eso los hace mucho más fáciles de integrar en la vida diaria que cualquier otro tipo de ejercicio.
Cómo empezar sin agobios
No se trata de contar segundos con un cronómetro ni de obsesionarse con los pasos. La idea es encontrar excusas para levantarse con frecuencia: subir escaleras en lugar de usar el ascensor, ir a buscar un café en persona en lugar de pedirlo, caminar mientras se habla por teléfono o ponerse alertas suaves que recuerden moverse cada cierto tiempo. Cualquier motivo vale si saca al cuerpo de la inercia sedentaria.
Hay que encontrar motivos para moverse.
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Respecto al número de pasos, la entrenadora personal Nichele Cihlar sugiere una referencia habitual, aunque cada vez hay menos consenso: “10.000 pasos al día siempre ha sido una buena regla general, pero esto varía según la persona”.
Lo importante es que los micropaseos pueden sumar sin esfuerzo hacia ese objetivo, fragmentando la actividad física y haciendo que parezca menos un reto y más un hábito.
Tu cuerpo te lo agradece, aunque no sudes
La utilidad de estos paseos ultracortos va más allá de la gente sana con horarios apretados. También suponen una alternativa real para quienes no pueden realizar caminatas largas por razones de salud o edad.
Como explicaba Luciano, “muchas personas ni siquiera son capaces de caminar durante tanto tiempo. Pensemos en personas mayores o con trastornos en la marcha”. Diseñar rutinas adaptadas a esas realidades pasa por entender que el esfuerzo no se mide en minutos, sino en activaciones.
El estudio lo deja claro: el movimiento no necesita venir envuelto en sudor y zapatillas. Basta con levantarse un momento, varias veces al día. Y si eso sirve para que el cuerpo funcione mejor, no hace falta mucho más.