La llegada del frío nos influye en muchas de las actividades que realizamos en el día a día, cambiando el funcionamiento de todo nuestro cuerpo, también del sistema circulatorio.
Cuando llega el frío, el organismo se pone en alerta para protegerse de él y no llegar a la hipotermia. Para conseguirlo, activa un mecanismo de defensa llamado termogénesis que funciona en tres áreas concretas del cuerpo:
- En los vasos sanguíneos: se cierran los de las zonas más alejadas o distales. A esto se le llama constricción periférica, y la intención inicial es disminuir la cantidad de sangre que circula por los vasos sanguíneos más superficiales (de manos, pies y orejas) para “ahorrar” y conservar calor en los órganos vitales y que de esa forma sigan funcionando a pleno rendimiento. La consecuencia más inmediata es que notamos los pies y las manos más fríos, aparece palidez cutánea, y percibimos un aumento en las ganas de orinar porque retenemos menos líquido.
- En la grasa parda: pasamos a gastar más energía para calentarnos. Este proceso, llamado termogénesis hormonal, que es bastante complejo, activa una serie de glándulas que liberan hormonas como las catecolaminas o la tiroxina. Estas aceleran el metabolismo usando la llamada grasa parda, pero no es un mecanismo muy eficaz si el frío es extremo.
- En los músculos, a través de unos movimientos involuntarios. Son las “tiritonas” o escalofríos y ocurren porque se activa una zona del cerebro encargada de regular la temperatura corporal (el hipocampo), y que fuerza esas contracciones de la musculatura. Aunque molestas, son muy útiles para aumentar hasta varios grados el calor interior.
Las fluctuaciones son peor que el frío
Abrigándonos de la forma adecuada y por capas (no es quizá el momento de usar ropa interior de algodón porque si sudamos no se secará y enfriará más el cuerpo) podemos soportar las temperaturas que solemos tener en nuestra latitud.
Sin embargo, que los grados varíen mucho dificulta que nuestro organismo se acomode a esas condiciones tan cambiantes. Por eso, no conviene estar en entornos donde la calefacción está alta. Esas variaciones bruscas pueden favorecer los sabañones o el fenómeno de Raynaud, por el que algunos dedos (o todos ellos) se vuelven pálidos (al contraerse demasiado los vasos sanguíneos no les llega suficiente sangre).
Otra consecuencia es que el corazón debe trabajar más para que la sangre “atraviese” esos vasos –que, por efecto del frío, tienen menor calibre– y mantener una temperatura corporal uniforme. Este esfuerzo explica, en parte, por qué sube la presión arterial en invierno y se dan más anginas de pecho y ataques cardiacos.
Cómo mejorar el flujo de sangre
Hay ciertas vitaminas que no pueden faltar en tus menús. Ayudan a evitar los coágulos y a fortalecer nuestros vasos sanguíneos para que, en condiciones especiales como el frío, funcionen muy bien.
- Vitamina K. La que más interviene en la coagulación sanguínea. La obtienes al tomar aceite de oliva virgen extra, verduras de hoja verde (espinacas, acelgas, brócoli) y remolacha.
Vitamina E. Nuestro cuerpo no la puede generar; por eso, tenemos que conseguirla a través de los frutos secos y las semillas, del germen de trigo, del atún o del aguacate.
Vitamina C. Parece ser especialmente útil para evitar que la sangre se coagule tras sufrir estrés crónico. Está en kiwis, limas, naranjas, mandarinas, limones, pimientos, brócoli…
Vitamina D. Su deficiencia puede favorecer la formación de trombos en las piernas. Para que no te falte toma huevos, pescado azul y setas cortadas y expuestas al sol 15 minutos.
Aparte de incluir estas vitaminas, conviene tener en cuenta otros detalles sobre lo que bebes y comes:
- Hidrátate bien porque los riñones excretan, expulsan, más cantidad de orina en ambientes fríos. El Laboratorio de Ciencias de la Hidratación en la Universidad Estatal de Arizona (Estados Unidos) ha comprobado que una deshidratación leve afecta la función de las células que recubren los vasos sanguíneos casi tanto como fumar un cigarrillo. Esa falta de líquidos también se relaciona con la inflamación, la rigidez de las arterias, la regulación de la presión arterial y otros factores que pueden aumentar el riesgo de sufrir enfermedades cardiacas y accidentes cerebrovasculares.
- Estos meses la sensación de sed puede disminuir. Para no olvidarte de beber, deja botellas de agua a la vista, toma caldos vegetales caseros e infusiones entre horas. El té de castaño de Indias, el jengibre, el diente de león o la cola de caballo pueden ayudar a mejorar la circulación gracias a sus propiedades antiinflamatorias y vasodilatadoras, además de contribuir al fortalecimiento de las paredes de arterias y venas.
- Procura mantenerte en un peso saludable. Los kilos de más ejercen una presión adicional sobre las venas, lo que entorpece el paso de la sangre por ellas. Reduce las grasas saturadas y ultraprocesados.
- Añade poca sal a tus comidas. En exceso contribuye a que aumente la tensión arterial, ya de por sí alterada por el efecto vasoconstrictor del frío. Limita el consumo de snacks de bolsa, precocinados (pizzas, croquetas…), glutamato monosódico, salsas preparadas, sopas de sobre, encurtidos, quesos curados, fiambres, salazones y ahumados. Para condimentar los platos elige ajo, limón o especias y hierbas aromáticas (perejil, orégano, hinojo…). La cantidad de sal recomendada es de 5 g/día, que equivale a una cucharadita de café.
- Más verduras para obtener potasio. Este minera mejora la contracción del corazón y evita la retención de líquidos. Te lo proporcionan sobre todo las hortalizas (tomates, patatas, boniatos, calabaza, brócoli…), verduras verdes como las espinacas o el cabacín, legumbres como los guisantes y las frutas (plátano, ciruela, higo, papaya, mango o kiwi).
Consejos para evitar un coágulo que dificulte o interrumpa la circulación
Notar un brazo o una pierna hinchada y con la piel enrojecida además de dolor puede estar indicando que se ha formado un coágulo. Poner en práctica estas medidas reduce el riesgo de que esto ocurra.
- Evita la ropa ajustada. Si usas prendas muy ajustadas o muy pesadas, no podrás moverte con naturalidad y dificultarás el retorno venoso, la sangre quedará “estancada” y el corazón tendrá que trabajar más (recuerda que el frío ya de por sí aumenta la viscosidad de la sangre, la vuelve más espesa).
- Muévete a diario. El ejercicio físico ayuda a que los vasos sanguíneos mantengan un buen calibre. Si vas a hacer una caminata, lleva una mochila (sin mucho peso) y que tenga cintas cuelgapulgares para mantener las manos a la altura del corazón y que no se hinchen.
- Cambia de posición con frecuencia (cada media hora, por ejemplo) el día que no puedas hacer ejercicio físico, sobre todo si tienes un trabajo sedentario. Y, si es posible, mantén las piernas elevadas unos 15 cm por encima del corazón de vez en cuando. Así, mejoras el retorno venoso al corazón.
- No abuses del eritritol. Es un edulcorante que se añade a muchos ultraprocesados y bebidas, pero un consumo alto se relaciona con mayor riesgo de coágulos, incluso en personas sin problemas previos de circulación sanguínea. En la etiqueta puede aparecer como alcohol de azúcar.