¿Te comerías una hamburguesa después de un infarto? En principio por una hamburguesa no pasa nada, te dirás. Esa es la idea que intenta quitar de la cabeza la endocrinóloga Ana Zugasti, jefa de la sección de Nutrición del Hospital Universitario de Navarra.
“Intenta elegir una opción que sea mejor”, propone. Hay que recordar que los hábitos se ganan a base de ser un poco más rígidos al principio para ir acostumbrándose. Hay que habituarse a una comida más saludable y si vamos haciendo excepciones constantemente (algo fácil de que pase) dejan de ser excepciones. Son rutinas.
¿Qué tiene de malo la hamburguesa? Este y otros platos de comida rápida tienen muchas grasas saturadas, que son las grasas malas. Hacen aumentar el colesterol LDL, el malo. “Este colesterol puede ocupar las arterias y estrecharlas. Se pueden formar coágulos y provocar un infarto cerebral (ictus) o infarto de corazón”, explica la doctora en un vídeo de Amgen.
En qué consiste la prevención tras un infarto
La mitad de los infartos están relacionados con un aumento del colesterol LDL. Por eso es importante cuidar la alimentación. Algo que tendríamos que aplicarnos todos y especialmente las personas a las que su salud cardiovascular ya les ha dado un aviso.
“Además, no es el único motivo para el cambio - recuerda la doctora-. Seguir una dieta que aumente el colesterol puede provocar obesidad. Es decir, un exceso de grasa.” También la diabetes, que se caracteriza por el aumento de azúcar en la sangre. O la hipertensión, que obliga al corazón a hacer más fuerza para impulsar la sangre.
La mortalidad tras sufrir un infarto se puede reducir al 50% si se saben manejar bien los hábitos de vida. La prevención secundaria es el término médico con el que se conoce este control de los principales factores de riesgo de aquellos que ya han tenido un infarto.
No son distintos de la prevención primaria (antes del infarto), pero se hace especial hincapié en ellos: obesidad, sobrepeso, colesterol LDL elevado, tabaquismo, abuso del alcohol, sedentarismo, hipertensión, diabetes y estrés.
La dieta mediterránea es la adecuada
En España tenemos suerte, porque la tradición gastronómica de las zonas costeras es especialmente adecuada y recomendada por los médicos especialistas. No es comer cualquier plato. Hemos aprendido mucho en salud desde los tiempos de los abuelos. Y aunque ellos comían bien, también cometían errores: exceso de quesos o embutidos.
No te desesperes. Hay muchas opciones. “Entre las grasas, opta por las más saludables: el aceite de oliva. Con eso controlamos el colesterol malo. Luego frutas, verduras legumbres…”, enumera la doctora.
El patrón que vamos a intentar seguir es ese, la dieta mediterránea. Con eso también controlaremos el azúcar y menos riesgo de diabetes. La doctora recuerda asimismo poner menos sal a los platos para controlar la tensión arterial.
“Un estudio comprobó que los pacientes que seguían una dieta mediterránea redujeron en un 26% la aparición de nuevos eventos cardiovasculares. Eso hace que consideremos la dieta mediterránea como una herramienta más del tratamiento”, añade.
Qué más podemos hacer por nuestro corazón
Los cardiólogos ya nos habrán recetado otros métodos de prevención secundaria. Por ejemplo, el uso de medicamentos anticoagulantes y betabloqueantes, que reduzcan el riesgo de nuevos bloqueos.
También hay que tener presente la rehabilitación cardiaca. Dependiendo del daño causado, hay programas de ejercicios supervisados. Lo que seguro que nos pedirá el médico es que nos movamos. Nada peor que el sedentarismo.
“La principal consecuencia de la inactividad física es elsobrepeso y la obesidad. De hecho, ambos constituyen un factor determinante de discapacidad y la quinta causa de mortalidad en nuestro país”, afirma el cardiólogo Rafael González, del Hospital Reina Sofía de Córdoba, en otro de estos vídeos que dan pautas sobre la atención postinfarto, y que se agrupan bajo el nombre de ‘El corazón no se cura por arte de magia’.
Por supuesto, di adiós al tabaco, que multiplica por tres un nuevo infarto. Y tómate la vida con más calma. No te agobies por el infarto y no volverá a pasar: aunque es relativamente reciente que se consideren factores de riesgo cardiovascular, el estrés crónico puede aumentar en un 35% el riesgo de sufrir infartos de miocardio o ictus.