Hay algo que no se mide en repeticiones ni se refleja en un espejo, pero reacciona al instante cuando algo se altera por dentro: la respiración. Da igual si alguien está corriendo, tumbado o mirando al techo sin hacer nada. El cuerpo nunca deja de respirar, aunque tampoco siempre lo hace igual.
La diferencia entre un suspiro y una bocanada de aire no está solo en la intensidad, sino en lo que pasa dentro. Es biología pura y dura. Respirar no es una constante, es una especie de termómetro emocional que varía constantemente, como si respondiera a todo lo que ocurre dentro. Si se está tranquilo o hay estrés, por ejemplo.
Lo curioso es que este termómetro no necesita que alguien esté diciendo cómo se siente. Da pistas todo el rato. Un pecho que sube de golpe y se queda un rato en pausa, una exhalación que tarda más de la cuenta, o ese momento en el que parece que falta el aire sin haber corrido. Eso también es respirar, y ahí es donde entra en juego algo más que los pulmones: el cerebro, que manda en esto incluso cuando parece que no hace nada.
Microapneas con mensaje
Durante su intervención en el programa La Ventana de la Cadena SER, la neurocientífica Nazareth Castellanos, directora de investigación del laboratorio Nirakaria, explicó que la respiración, aunque parezca un proceso automático, tiene pasos muy definidos: “Cuando nosotros respiramos, la respiración es un proceso activo. Tengo que coger aire, luego lo suelto y luego después tendría que haber una pequeñita apnea donde ni cojo ni suelto aire. Es una muy pequeñita, nada, de cero a tres. Y entonces luego vuelvo”.
Esa pausa diminuta que menciona forma parte del ritmo respiratorio habitual, pero cuando se prolonga, puede ser señal de que el cuerpo está respondiendo a algo más que una simple necesidad de oxígeno.
La observación consciente del ritmo respiratorio puede ayudar a detectar malestar emocional
iStock
La culpa, en muchos casos, la tiene la amígdala, una parte del cerebro que se activa cuando hay preocupación, miedo o enfado. Castellanos detalló que cuando "estamos nerviosos y estamos preocupados" la amígdala "se encarga de inhibir a esos núcleos inductores de la respiración”.
¿Qué pasa entonces? Que tras exhalar, el cuerpo no se lanza a por aire como de costumbre. Se queda ahí, en el limbo, más rato del normal. Y eso tiene nombre: apnea espontánea.
Un biomarcador que no se ve
No hace falta un escáner ni una aplicación para detectar que algo va regular. Solo prestar atención a cómo se respira cuando toca enfrentarse a una bronca, una reunión tensa o ese momento incómodo en el ascensor. Si hay una pausa más larga de lo normal justo después de soltar el aire, ahí puede haber información.
Castellanos señala que cuando la pausa tras exhalar se prolonga sin motivo físico aparente, suele coincidir con estados de preocupación. Lo define como un indicador natural que refleja que algo no va bien a nivel emocional: "Esa apnea prolongada, espontánea, te sale naturalmente, es un biomarcador de salud mental”.
No se trata de una pausa que se provoque ni se aprenda. Aparece por su cuenta, como una especie de señal interna que nadie activa a propósito. Aunque a veces se repite, no siempre sigue el mismo patrón.
Cuando el cuerpo deja pasar una, dos o incluso tres respiraciones, no es por olvido ni descuido. Es que el cerebro, ocupado en gestionar el impacto de ciertas emociones, deja en pausa el automatismo. Hay tanto movimiento interno que el sistema se toma un segundo para reorganizarse.
La conciencia como primer paso
En una entrevista en La Voz de la Salud, Castellanos fue tajante: “Claro que respiramos mal, lo dicen las estadísticas. Entre un 70 y un 85 % de la población respira de forma inadecuada. Hemos desevolucionado”.
Solo con observar el propio ritmo respiratorio ya se puede ganar bastante. No se trata de técnicas complejas ni de respirar en una bolsa, sino de detectar cuándo el cuerpo va desacompasado y permitirle volver a su ritmo. Castellanos insiste en que este gesto tan sencillo tiene un impacto real: basta con notar, sin intervenir, para que el cuerpo empiece a aflojar de forma natural incluso cuando la cabeza no para.
Aire como brújula
La respiración, más que un acto automático, puede funcionar como un mapa. Un mapa que señala si algo está fuera de sitio antes de que se note en forma de ansiedad, insomnio o enfado.
En la misma entrevista, Castellanos explicó que ese mapa, a veces, se distorsiona por hábitos muy extendidos: “Por ejemplo, respirar más por la boca que por la nariz, hacer respiraciones entrecortadas, respirar muy rápido”. Añadió que “hay personas que sentadas y en calma pueden respirar unas quince o veinte veces por minuto. Eso es mucho”.
No hace falta obsesionarse con cada inspiración, ni contarlas. Basta con reconocer que ese patrón tiene información útil. Es una especie de brújula que no marca el norte, pero sí avisa cuando hay que parar y mirar alrededor.
Cuando las palabras pesan más que las emociones, reconocer lo que pasa dentro del cuerpo puede ser una vía para recuperar el equilibrio. No se trata de soluciones milagrosas, sino de gestos pequeños que ayudan a entender cómo estamos. A veces, basta con notar cómo entra el aire. Y permitir que salga sin prisas.