David del Rosario, neuropsicológo: "Somos adictos a la felicidad"... y eso no ayuda

A todos nos gustaría vivir permanentemente en un mundo cuanto más rosa, mejor. Sin embargo, ese mundo no existe. De modo que empeñarnos en que es así, no conduce a nada bueno. Estos son los peligros de la adicción a la felicidad.

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Eva Carnero

Periodista especializada en bienestar y nutrición

Actualizado a

Sonrisa forzada

En la actualidad, muchas personas sienten la obligación de sentirse felices.

Una cosa es querer ser feliz, sentirse bien, saberse invadido por una agradable sensación de bienestar, y otra muy distinta, sentir la necesidad imperiosa de encarnar la felicidad. El paso de un estado a otro ha sido gradual y sigiloso. Casi sin darnos cuenta, la felicidad ha dejado de ser una simple aspiración, para convertirse en un problema a resolver. 

Tanto es así, que expertos como el investigador y divulgador, David del Rosario, hablan de adicción a la felicidad, entendida esta como la necesidad enfermiza de vivir en el lado positivo de la vida, obviando, ignorando, e incluso negando la existencia de otra parte de la realidad, la cruda realidad, más oscura y menos rosa.

Por mucho que la divulgación de informes sobre la felicidad, de rankings de países felices y de métodos, técnicas y herramientas para ser felices traten de convencernos de esta prioridad, la única verdad es que la vida tiene cosas buenas y cosas malas, así de simple, momentos alegres que se alternas con otros tristes. Y mirar hacia otro lado cuando la vida no sonríe no es la mejor decisión. Así lo considera David del Rosario.

emociones, ni buenas ni malas

En esta línea, el autor de Tú has escrito este libro (2024), compartía en su perfil de Instagram su visión acerca de cómo la sociedad actual vive aferrada a la felicidad, es más, esclava y sometida al positivismo. Así describe Del Rosario ese estado en el que transcurre la vida de la sociedad de hoy: "Vivimos en el 'positivismo' más absoluto. Buscando sensaciones positivas en todos sitios y en todo momento, sin ver, como cualquier adicto, el gran apego que tenemos a las sensaciones de paz y de felicidad. 'Yo lo dejo cuando quiera' nos falta decir".

Más allá de esta apreciación, el experto aboga por la igualdad de las emociones, y defiende que no hay emociones buenas y malas, sino que todas son positivas. Esta visión que iguala la alegría, la tristeza, la confianza, la inseguridad, la valentía y el miedo, sirve de base para apoyar la idea de que no deberíamos tener emociones preferidas. 

Así se desprende de sus propias palabras: "Si supieras lo bonito que es el miedo cuando no hay resistencias, si supieras lo bonita que es la tristeza cuando nada de ti se opone a ella, si supieras lo bonita que es la rabia cuando la abrazas y le das la bienvenida, muy probablemente, dejarías de tener emociones preferidas".

Ser feliz por obligación

La extensión y consolidación de este positivismo tóxico en la sociedad hace que mucha gente se sienta obligada mostrarse feliz, independientemente de que lo sean. Muchas personas experimentan vergüenza si se sienten tristes, decepcionadas, irascibles... cualquier estado de ánimo que no se pueda asimilar con la felicidad o el bienestar emocional. 

Además, esa vergüenza hace que oculten sus verdaderos sentimientos desacordes con el (aparente) sentir de la mayoría. Y de tanto fingir, el paso siguiente es negarse a sí mismos la posibilidad de experimentar sentimientos negativos. 

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El positivismo tóxico puede llevar a la depresión.

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De modo que estar sometidos a la tiranía del positivismo hace que muchas personas guarden silencio y acaben por no expresar sus emociones de forma espontánea. 

El problema es que si esta situación se mantiene en el tiempo y no es tratada por un especialista, puede llevar a la aparición de trastornos mentales como la depresión o la ansiedad. Esto es así, ya que expresar las emociones es básico para cuidar la salud mental.

También puede conducir al aislamiento, tanto social como con uno mismo, ya que al crear una personalidad falsa, poco a poco, nos vamos desconectando de los demás y de nosotros mismos. Cuando en nuestro entorno convivimos con personas que desbordan felicidad, puede pasar que nos sintamos abrumados, empequeñecidos, y que poco a poco, nos apartemos y, por último, nos aislemos de nuestro círculo más cercano.

Cómo evitar el positivismo tóxico

Tal y como apuntábamos unas líneas más arriba, la mejor manera de protegernos de los efectos de la adicción a la felicidad propia y de los demás, es aceptar que todas las emociones son necesarias, las positivas y las negativas. Todas nos sirven de guía para entender lo que nos pasa, aceptarlo, gestionarlo y darle una solución. 

Así, de la misma manera que si nos toca la lotería nos ponemos contentos, si nos pasa algo objetivamente malo, como la pérdida de un ser querido, la emoción que debería acompañarnos sería la tristeza, e incluso la desolación. Es más, lo más saludable en estos casos sería dar rienda suelta a esa pena sin limitaciones, ni vergüenza. El problema podría venir si no realizamos un duelo correcto o si nos negamos a nosotros mismos ese dolor del alma. 

La clave, por tanto, es buscar la felicidad sin obsesionarse, dejando que las emociones fluyan, las positivas y las negativas, y comprendiendo que la verdadera felicidad es la que nace de una buena gestión de todas ellas.