El silencio después del aplauso puede ser ensordecedor. Allí, en ese instante en el que los halagos se disipan y todo parece volver a la normalidad, surge una pregunta incómoda: "¿Realmente merecía ese reconocimiento, o simplemente tuve suerte?".
La cabeza da vueltas, buscando pruebas de un engaño, temiendo que en cualquier momento alguien descubra que, en realidad, no se es tan capaz como parece. Esa sensación, tan común como sofocante, tiene nombre: síndrome del impostor.
Es curioso cómo, incluso después de alcanzar metas que parecían imposibles, la duda persiste. Se cuela entre los éxitos, los desacredita y se niega a aceptar cumplidos. Pero este fenómeno no es una cuestión de falsa modestia ni de inseguridad pasajera; es unatrampa mental que afecta a millones de personas, desde estudiantes brillantes hasta profesionales consagrados.
Reconocerlo es el primer paso, pero entender por qué ocurre y cómo afrontarlo requiere profundizar en sus causas, manifestaciones y estrategias para superarlo.
¿Qué es el síndrome del impostor?
El término síndrome del impostor no es nuevo. Fue acuñado por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978, cuando identificaron un patrón de pensamiento común en personas altamente capacitadas: la incapacidad de asumir sus propios logros.
A diferencia de la modestia, que se basa en reconocer los méritos sin alardear de ellos, el síndrome del impostor implica una convicción profunda de fraude. No es que no quieran presumir, es que creen sinceramente que no hay nada de qué presumir.
Superar el síndrome del impostor implica aceptar cumplidos, valorar los errores como oportunidades de crecimiento y reconocer el propio mérito.
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María Cartagena, psicóloga de Serendipia Psicología, explica que el problema no radica en la falta de habilidades, sino en la percepción distorsionada de las mismas: "Las personas con síndrome del impostor atribuyen siempre sus logros a factores externos como que la tarea era sencilla o que ha sido suerte".
Esta visión errónea genera un ciclo vicioso en el que cada éxito refuerza la idea de haber engañado a todos, lo que a su vez alimenta el miedo al fracaso y la presión por mantener el nivel.
No se trata solo de sentirse inseguro de vez en cuando. Es una sensación constante de no estar a la altura, de ocupar un lugar que no se merece. Es la creencia de que, en cualquier momento, alguien va a darse cuenta del supuesto engaño y todo se va a desmoronar.
¿Cómo se manifiesta?
El síndrome del impostor adopta diferentes formas según la personalidad de quien lo sufre. A veces se disfraza de perfeccionismo, con una autoexigencia tan alta que nada parece ser suficiente. Se espera la perfección absoluta, y cuando no se alcanza, llega la culpa. Este tipo de impostor cree que solo merecerá reconocimiento si lo hace todo impecablemente.
Luego está el experto, que siente que nunca sabe lo suficiente. Aunque posea conocimientos importantes en su campo, siempre considera que hay algo más por aprender antes de sentirse realmente competente. Por su parte, el genio natural cree que todo debería salir bien al primer intento. Si necesita esfuerzo o práctica, automáticamente asume que no es suficientemente bueno.
El solista teme pedir ayuda por miedo a revelar sus debilidades. Prefiere cargar con todo antes que admitir que no puede solo. Finalmente, el superhéroe intenta compensar su supuesto fraude trabajando más duro que todos los demás, sacrificando tiempo personal y bienestar en el proceso.
Las consecuencias son devastadoras: ansiedad, estrés, bloqueo profesional y una baja autoestima que se retroalimenta con cada nuevo reto. Es un ciclo agotador de dudas, autosabotaje y una constante necesidad de validación externa.
¿Por qué sentimos que no somos suficientes?
Aunque las raíces del síndrome del impostor son complejas, gran parte de ellas se encuentran en las experiencias vividas durante la infancia. Cartagena señala que "un ambiente de extrema exigencia, poca valoración positiva externa y baja motivación puede hacer que el niño o la niña desarrolle la creencia de que 'no sirve para nada'". Por lo tanto, aquellos que crecieron en entornos donde el éxito era la única opción y el fracaso no era tolerado suelen arrastrar esa presión y poca confianza a la edad adulta.
Ser demasiado exigentes con los niños puede crear adultos que no se sientan suficientes.
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Además, las expectativas sociales y laborales desempeñan un papel crucial. En una sociedad que idealiza el éxito y proyecta vidas perfectas en redes sociales, es fácil caer en la trampa de la comparación constante. Asimismo, la cultura de la productividad sin descanso y la valoración del rendimiento por encima del bienestar emocional refuerzan la creencia de que nunca se está a la altura.
Factores internos como el perfeccionismo y el miedo al fracaso también alimentan esta percepción. La autoexigencia desmedida lleva a establecer estándares imposibles de alcanzar, y el temor al error se convierte en una barrera que impide disfrutar de los logros.
¿Cómo identificar si tienes el síndrome del impostor?
Detectar el síndrome del impostor requiere observar ciertos patrones de pensamiento y comportamiento. Una señal común es la tendencia a minimizar los éxitos, atribuyéndolos a la suerte o a circunstancias externas. Frases como "cualquiera podría haberlo hecho mejor" o "solo tuve suerte" son indicadores claros.
También es frecuente el miedo constante a ser descubierto como un fraude, lo que provoca ansiedad y una presión autoimpuesta por rendir siempre al máximo.
Cartagena recomienda reflexionar sobre situaciones en las que se ha sentido así y analizar si hay un patrón recurrente. "Identificar las inseguridades y el discurso negativo nos ayudará en terapia para vencer esos autosaboteos y creencias erróneas", asegura la experta.
Estrategias para afrontarlo
Aunque puede parecer abrumador, el síndrome del impostor no es invencible. La primera estrategia es reconocer y aceptar esos pensamientos sin dejar que definan la identidad. Comprender que sentir dudas no invalida los logros ayuda a reducir su poder. Además, compartir las inseguridades con amigos de confianza o colegas permite obtener una perspectiva más objetiva y menos crítica.
Hay personas que trabajan demasiado duro para estar a la altura.
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Trabajar en la reestructuración cognitiva también es buena opción. Se trata de identificar y desafiar las creencias irracionales para sustituirlas por afirmaciones positivas basadas en logros reales. Además, celebrar las victorias, por pequeñas que sean, contribuye a contrarrestar la tendencia a minimizarlas y ganar felicidad.
En casos más graves, buscar ayuda profesional es fundamental. La terapia cognitivo-conductual ayuda a desmantelar los pensamientos negativos y a fortalecer la autoestima. Como sugiere la experta, "el primerísimo consejo más eficaz y necesario es que una persona con síndrome del impostor acuda a terapia".
El valor de reconocerse suficiente
El síndrome del impostor afecta a más personas de las que parece, pero no tiene por qué definir a quienes lo experimentan. Reconocer los logros, aprender a aceptar cumplidos y permitirse cometer errores son pasos esenciales para liberarse de su influencia. Al final, cada individuo merece estar donde está, no por casualidad, sino por todo lo que ha trabajado y aprendido en el camino.
Aceptar que la perfección no existe y que los errores son parte del crecimiento no solo ayuda a superar el síndrome del impostor, sino que también permite vivir con más autenticidad. Porque, al final del día, las personas son más que suficientes, aunque a veces resulte difícil creerlo.