Dr. Jordi Camí, vicepresidente de la Fundación Pasqual Maragall: "Si vamos saltando de una tarea a otra, acabamos perdiendo capacidad cognitiva"

A la hora de guardar los recuerdos, el cerebro cuenta con varios cajones y elige en cuál archivarlos en función tanto del tipo de información como del tiempo que los quiere conservar. La atención es un paso previo e imprescindible para lograrlo y hacer varias tareas a la vez nos dispersa.

Actualizado a

mujer joven sonriendo escribiendo ordenador verano
AdobeStock

Más que de memoria en singular, deberíamos hablar de memorias, porque tenemos varios tipos. Está la memoria episódica, que es donde nuestro cerebro almacena los eventos, las cosas que han sucedido... También tenemos la semántica, que permite que nos acordemos de los nombres de personas, de fechas, números de teléfono... O la implícita, en la que el conocimiento se queda grabado, archivado, sin que seamos conscientes de ello, como ocurre cuando aprendemos a ir en bicicleta o a tocar la guitarra.

Todas son memorias a largo plazo, aunque además contamos con la de trabajo, que nos permite recordar información mientras la usamos para escribir, dialogar o hacer cálculo mental, pero que también es la puerta de entrada de nuevos recuerdos.

Atentos y sin despistes

La memoria a corto plazo es, pues, determinante para acordarnos de las cosas pasado un tiempo (aunque lógicamente no lo retenemos todo: lo que no vamos a utilizar más lo borramos sin problemas). Y, para lograrlo, centrar la atención es imprescindible.

  • Podemos recordar entre 7 y 10 cosas en un mismo momento, no más. Si intentamos retener mucha información, la memoria a corto plazo se satura y acaba funcionando peor. Y el paso previo para recordar siempre está en la atención, que nos fija y nos concentra en algo. Aquello que uno no atiende, luego no se recuerda, porque el cerebro no lo procesa y no llega nunca a pasar al terreno de las memorias a largo plazo.
  • Hay que hacer una cosa después de otra, no varias a la vez. Cuando le estás prestando atención a algo, y eso lo estás procesando, no puedes atender a otras cosas. Por eso, si vamos saltando de una tarea a otra, acabamos perdiendo capacidad cognitiva.

Las emociones ayudan a crear recuerdos

Otro de los factores que puede hacer que recordemos algo es si la vivencia ha ido acompañada de una alta emocionalidad. Cuando esto ocurre, uno puede tener la sensación de que el recuerdo queda más marcado, más “tatuado”, aunque esto no quiere decir que sea realmente así.

  • Cada vez que evocamos un recuerdo, lo reinventamos un poco. Esta circunstancia se explica porque nunca fijamos en la memoria todos los detalles, hay cierta falta de rigurosidad en ellos. Seguro que alguna vez te ha pasado que, al rememorar un evento importante con tu pareja o amigos, vuestros recuerdos no son exactamente los mismos. Eso no significa que unos sean buenos y los otros no: no todo lo que recordamos es fidedigno, y además es algo que vamos creando, no es fijo. Muchas veces, cuando hay lagunas, nuestra mente las acaba rellenando con información que encaja en esa evocación. Es algo que debemos tener siempre presente a la hora de valorar nuestros recuerdos.

Unos buenos hábitos, la mejor estrategia

Para proteger nuestra memoria, tanto a corto como a largo plazo, lo más importante de todo es seguir un estilo de vida saludable. Uno no puede aspirar a tener una mente perfecta si no cuida su alimentación, no mueve el cuerpo, duerme desordenadamente y no es respetuoso con los horarios. En cambio, si tus rutinas de vida son saludables, como ya se ha remarcado en las páginas anteriores, siempre estarás remando a favor de unas mejores habilidades cerebrales.

  • El estrés daña especialmente. Representa justo el extremo opuesto a lo que comportan los hábitos saludables. Muchas veces nos llegan a consulta personas que tienen la sensación de que están perdiendo facultades, cuando en realidad, a menudo lo que les ocurre es que sus niveles de estrés están perjudicando a su memoria de trabajo (y una de las explicaciones es que no fijan la atención de forma adecuada). El estrés, además, facilita la aparición de trastornos como la tensión alta, que a largo plazo puede repercutir en negativo en la salud cerebral. Pero es algo que con frecuencia se resuelve con pequeños cambios, simplemente con un estilo de vida más saludable.
  • Nunca es tarde para cambiar de hábitos. Está demostradísimo que cuando uno empieza a mejorarlos siempre habrá ganancias, se tenga la edad que se tenga. Por eso, animo a todo el mundo a intentarlo.

Mantener a raya el cortisol

  • Es un “ladrón de memoria” si los niveles están altos. Al cortisol se le conoce también como la hormona del estrés, y sus efectos pueden ir mucho más allá de notarnos agitados o en alerta constante. Según un reciente informe del Instituto Karolinska (Suecia), tenerlo alto con frecuencia puede reducir notablemente el efecto protector sobre la memoria de nuestra reserva cognitiva.
  • Tener más hambre de la habitual, sufrir contracturas a menudo o notar el cabello débil y la piel seca son posibles síntomas del cortisol alto. Si te ocurre, consúltalo con tu médico y busca espacios y momentos para relajarte en tu día a día. Rebajar los niveles de cortisol puede hacer, también, que duermas mejor, que comas de forma más equilibrada y tranquila... Y todos esos factores influyen en la buena salud del cerebro.

Artículo publicado en Saber Vivir por el Dr. Jordi Camí, Vicepresidente y patrón vitalicio de la Fundación Pasqual Maragall