Patricia Ramírez, psicóloga: "Cuando el cerebro se acostumbra a rumiar y dar vueltas a preocupaciones siente que está siendo responsable, pero no es resolutivo”

Pensar de forma repetitiva sobre lo que no se puede cambiar solo alimenta una ilusión de control que desgasta emocionalmente y deteriora el bienestar físico.

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Héctor Farrés

Redactor especializado en salud y bienestar

Actualizado a

patricia ramirez psicologa
@patri_psicologa

Estar agotado sin haber hecho nada físico tiene nombre, aunque no lo parezca. Es lo que pasa cuando la cabeza no para ni un segundo, incluso en los momentos más tranquilos. Todo por ese empeño en controlar cada mínimo detalle. Pero, lo peor, no es eso. Lo que de verdad cansa es no distinguir entre lo que depende de uno mismo y lo que no. Y ahí es cuando se activa el centrifugado: pensamientos dando vueltas sin sacar nada en claro y generando estrés.

Cuanto más se intenta dominar lo que se escapa de las manos, más fuerza cobra esa falsa sensación de responsabilidad. El cerebro empieza a confundir preocuparse con actuar, como si darle vueltas a algo fuera lo mismo que solucionarlo. Y no. No lo es.

Pero cuesta asumirlo. Porque se ha aprendido que controlar da seguridad. El problema aparece cuando ese patrón se aplica a todo, incluso a lo que no tiene remedio por mucho que se piense.

Pensamientos que no pagan alquiler

La psicóloga Patricia Ramírez explica que "cuando el cerebro se acostumbra a rumiar y dar vueltas a ese tipo de pensamientos y preocupaciones", esencialmente se está perdiendo el tiempo: "Siente que está siendo responsable, pero no es resolutivo".

Es decir, se produce un gasto de energía mental pensando en lo que no se puede cambiar y da una especie de premio emocional engañoso. Parece útil, pero desgasta. Y lo que es peor, alimenta la ansiedad con cada vuelta que se da de más.

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Es común dar vueltas a lo incontrolable, como si el solo hecho de pensar una y otra vez en algo lo hiciera menos problemático.

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Eso no quiere decir que haya que tirar la toalla. Ramírez defiende que se puede entrenar a la mente para hacer justo lo contrario. Aceptar no es resignarse. Es entender que hay cosas que no dependen de uno y, por tanto, no merecen ese bucle mental constante. "Tenemos que aprender a poner el foco de atención en lo que depende de nosotros y a dejar estar lo que no", insiste. Es una forma de ahorrar batería mental y redirigirla hacia lo que sí tiene sentido.

Rumiación: pensar mucho, avanzar poco

El problema es que la mente no distingue fácilmente entre pensar y hacer. Ahí está el lío. Alguien cree que, por reflexionar sobre algo durante horas, está avanzando. Pero si ese algo no tiene solución desde el pensamiento, la energía se desperdicia. Y no solo eso. También se activan respuestas físicas: tensión muscular, insomnio, fatiga, dolor de cabeza. Todo sin haberse levantado del sofá.

Por eso, como indica la experta, es tan importante saber cuándo parar. La clave está en no entrar en modo automático. La rumiación no es solo dar vueltas por dar vueltas. Es una rutina mental. Y como cualquier hábito, se puede cambiar. 

Entrena la mente, no la desgastes

Este cambio no surge a base de fuerza de voluntad, sino de práctica y dirección. Entrenar la atención, por ejemplo, ayuda a cortar ese hilo de pensamientos repetitivos que solo generan ruido.

Aceptar no es rendirse. Es comprender el alcance real de lo que se puede controlar. Las herramientas están ahí: tomar distancia, observar los pensamientos sin engancharse, dejar estar.

En el fondo, es una forma de liberarse. Cuando alguien deja de intentar gestionar lo incontrolable, aparece un espacio nuevo para actuar sobre lo que sí depende de uno. Y eso, como recalca Ramírez, aporta más paz que el control total.

En su taller online Cómo tener una mente serena, la experta propone ejercicios prácticos para entrenar esa habilidad. También recomienda dos libros que refuerzan este enfoque: La trampa de la felicidad, de Russ Harris, y Sal de tu mente, entra en tu vida, de Steven Hayes. No es cuestión de hacer terapia exprés, sino de ir cambiando de hábitos mentales poco a poco.

Ocuparse, no preocuparse

El objetivo no es vivir con la mente en blanco, sino darle un uso más eficaz. En vez de alimentar pensamientos inútiles, se puede optar por planificar, actuar o simplemente estar. Lo que ayuda es ocupar la atención, no llenarla. Es la diferencia entre dar vueltas y avanzar. Y para eso sirven prácticas como el mindfulness, escribir en un diario o hacer listas de acción concretas. No solucionan todo, pero ayudan a enfocar.

Saber distinguir entre lo que requiere atención y lo que es mejor soltar no es tan evidente como parece. Según Ramírez, "tu mente necesita saber cuándo ocuparse de algo y cuándo no", una idea sencilla en teoría, pero complicada de aplicar.

Requiere entrenamiento, práctica y, sobre todo, dejar de vivir en modo automático. Porque si la cabeza no se va por libre, la vida pesa menos. Pensar no es malo. El problema es quedarse atrapado en pensamientos que no llevan a ningún sitio.

Menos vueltas, más dirección

El entrenamiento mental es una necesidad cuando la cabeza no deja de sonar como una lavadora. Cambiar el enfoque, identificar los límites y aprender a soltar es un proceso que se puede entrenar igual que se ejercitan los músculos. No hace falta complicarse: pequeñas herramientas, aplicadas con constancia, pueden marcar la diferencia.

Tener una mente serena no es vivir en calma todo el tiempo. Es saber cuándo es el momento de actuar, cuándo hay que esperar y cuándo conviene simplemente dejar estar. Solo con un poco más de conciencia y bastante menos centrifugado.