Los pensamientos no son enemigos ni aliados incondicionales. No existe una mente que funcione a base de optimismo puro ni una que solo vea el desastre. La cabeza no es un tablero de ajedrez donde las piezas blancas y negras luchan por el control, sino un espacio donde la luz y la sombra conviven sin tregua.
En cada decisión, en cada duda, en cada momento de euforia, miedo o estrés, los dos lobos aparecen: el blanco y el negro. No es cuestión de extinguir a uno y alimentar al otro, sino de entender que ambos forman parte de lo mismo.
La metáfora de los lobos es una de las formas más gráficas de representar la dualidad mental. El lobo blanco simboliza los pensamientos positivos: la gratitud, la esperanza, la serenidad. El negro, en cambio, encarna la negatividad que se asocia a la inseguridad, la rabia, la tristeza. No es que uno sea bueno y el otro malo. Pensarlo así es simplificar demasiado la realidad. Ambos cumplen una función, y el equilibrio no está en sofocar la negatividad, sino en permitir que ambos existan sin que ninguno tome el control absoluto.
La trampa del pensamiento positivo
Hay algunas frases que pueden parecer reconfortantes, pero a veces hacen más daño que otra cosa. "Hay que ver el lado bueno de todo", "todo pasa por algo", "si piensas en positivo, atraerás cosas buenas", son algunos ejemplos habituales. Pretender que la mente solo emita pensamientos positivos como estos es como tapar una fuga con un esparadrapo: en algún momento, la presión lo romperá todo.
Júlia Pascual, psicóloga y escritora, avisa sobre los riesgos de este planteamiento: "Buscar solo lo positivo es ignorar que siempre habrá un componente de negatividad". En su opinión, el lobo blanco y el negro no deben eliminarse el uno al otro, sino convivir en equilibrio: "Si se trabaja bien, hasta el lobo negro puede aportar algo positivo".
El exceso de positividad puede ser contraproducente.
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Reprimir lo negativo no significa que desaparezca. Lo que ocurre es que se esconde, se acumula y acaba saliendo de golpe. Quien se obliga a sonreír cuando en realidad necesita llorar no está sanando, solo está posponiendo el malestar. La alegría forzada puede derivar en frustración, ansiedad o incluso episodios de tipo maníaco. No todo tiene un lado bueno e inmediato. A veces, lo que toca es aceptar que algo duele sin necesidad de buscarle una justificación optimista, tal y como reconoce la experta.
Pensar demasiado: ¿amigo o enemigo?
Darle vueltas a las cosas no es, en sí mismo, un problema. La cuestión es cómo se hace y cuánto espacio ocupa en la mente. Pensar demasiado en negativo puede conducir a la ansiedad o la depresión, pero hacerlo en positivo también tiene sus riesgos. Expectativas irreales, ilusiones que chocan con la realidad, decepciones que duelen más de lo que deberían.
El agotamiento mental no distingue entre pensamientos buenos y malos. El exceso, en cualquier dirección, desgasta. Es como si la mente se convirtiera en un motor que nunca deja de funcionar, sobrecalentándose hasta el punto de griparse. La clave no está en parar de pensar, sino en saber cuándo hay que soltar.
Los dos lobos y su juego de equilibrio
Imaginar que el lobo blanco y el negro están siempre en lucha es un error. No pelean, juegan. Pascual explica esta idea de forma gráfica: "Me los imagino jugando al pilla pilla en la mente". Y es que, lejos de estar enfrentados, se persiguen, se desafían, se ponen a prueba. Cada uno necesita del otro para no volverse incontrolable.
Los pensamientos negativos pueden ser útiles.
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Es un error pensar que la negatividad es un obstáculo que hay que eliminar. A veces, es precisamente lo que ayuda a anticipar riesgos, a tomar mejores decisiones o a aprender de los errores. Por contra, como explica Pascual, un optimismo sin medida puede hacer que se ignoren problemas evidentes. Así, una dosis de pensamiento crítico puede ser la diferencia entre lanzarse al vacío o construir un puente antes de cruzar.
Cómo encontrar el equilibrio sin caer en extremos
No se trata de erradicar los pensamientos negativos ni de entregarse a los positivos sin control. La clave es dar espacio a ambos sin que ninguno se apodere de todo. Pascual señala que el problema no está en la existencia del lobo negro, sino en negarle su papel dentro del equilibrio mental: "A veces, lo que nos hace falta no es eliminarlo, sino permitirle aullar".
Aceptar un pensamiento negativo no significa rendirse ante él. Solo quiere decir que está ahí, que forma parte del paisaje mental y que no es necesario combatirlo a toda costa. Practicar la atención plena, escribir para soltar lo que pesa, hacer ejercicio para despejar la mente o simplemente permitirse estar mal sin sentirse culpable por ello son formas de mantener el equilibrio sin forzar la balanza.
Por lo tanto, el bienestar no está en desterrar el lobo negro ni en alimentar sin medida al blanco. La verdadera estabilidad mental aparece cuando ambos tienen su lugar, sin que ninguno de los dos imponga sus reglas por completo.