Ir al médico siempre resulta algo molesto. Que invadan nuestra privacidad, que nos hagan preguntas, que nos exploren, que nos coloquen dentro de máquinas muy grandes de las que emergen ruidos extrañísimos para ver lo que ocurre en nuestro interior… Que tengamos que tomar unos fármacos que, sin que por supuesto sea voluntad de nadie, nos causen a veces efectos secundarios indeseados. ¿Se imaginan que todo este proceso fuera evitable? Pues quizá ocurra en un futuro no muy lejano.
La visita médica del futuro
El eje central será la creación de nuestros gemelos virtuales. Es decir, un paciente digital que tendrá nuestra misma biología y fisiología. Aunque suene a ciencia ficción, no lo es. Actualmente, la Unión Europea está apostando fuerte por financiar este tipo de investigación; y el Barcelona Supercomputing Center –y su investigador, Dr. Alfonso Valencia– es ya uno de los centros punteros.
Esta revolución médica es ahora posible gracias al enorme desarrollo de la computación y de la elaboración de programas bioinformáticos muy complejos. La idea es que, de la persona que se quiere estudiar, se introducirían en el superordenador el máximo número de datos: desde sus fotos, sus antecedentes familiares de enfermedad o sus análisis de sangre hasta sus pruebas de imagen, su genoma o incluso su microbioma.
Todo eso se integraría para crear un doble suyo, electrónico, que se asemejaría muchísimo al de carne y hueso.
Predecir diagnósticos y tratamientos
Sobre ese otro “Yo” de ordenador se actuaría para predecir diagnósticos y elegir los mejores tratamientos. Pongamos un ejemplo: ante un síntoma concreto, el superprograma aplicado al gemelo virtual daría un posible diagnóstico y recomendaría un tratamiento sin efectos adversos y más específico para esa persona. En realidad, esto ya se está haciendo en células y en animales de experimentación en los laboratorios.
Es una situación que nos recuerda mucho al pasado, salvando claro está las distancias: en ciertas culturas de la antigüedad, la mujer que iba al médico no se desnudaba para que este la explorara, sino que llevaba consigo una pequeña figura con forma femenina y señalaba en ella la zona que le dolía para que el galeno lo supiera. Pues lo mismo.
Quizá las siguientes generaciones, cuando se encuentren mal,enviarán a su paciente digital al médico y este ‘lo descargará’ en el ordenador de su consulta. Solo me queda desear que todas estas poderosas tecnologías no eliminen el factor humano ni ese delicado cordón umbilical que une al paciente y al personal sanitario.