¿Pensar mucho duele? Un nuevo estudio asocia el esfuerzo mental con sensaciones desagradables

Quien te diga que disfruta estudiando o analizando problemas miente o se engaña a sí mismo. Es la interesante conclusión a la que han llegado unos investigadores que han comprobado lo que implica realizar un esfuerzo mental. Al final resulta que pensar duele.

Pablo Cubí
Pablo Cubí del Amo

Periodista

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Si alguien se queja de que le duele por haber pensado mucho sobre un tema puede no estar exagerando. Hacer un esfuerzo mental, ya sea estudiando o analizando problemas no es agradable. Todo lo contario. Es molesto. Provoca un sentimiento incómodo.

La idea de que se puede disfrutar del esfuerzo mental está mal entendida. Del esfuerzo no se disfruta. Es la conclusión a la que ha llegado un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Radboud, en los Países Bajos.

El hecho de que estemos en una sociedad donde maestros y directivos alienten a sus respetivos estudiantes y trabajadores sobre las bondades del esfuerzo mental no debe confundir. “Nuestros resultados indican que, en general, a las personas les disgusta el esfuerzo mental”, asegura el psicólogo Erik Bijleveld, director del estudio.

Pensar mucho es molesto

Lo que tenemos aquí es una mezcla de sentimientos que son los que pueden provocar la confusión. Los investigadores apuntan a que los resultados que se obtienen del esfuerzo mental sí pueden ser beneficiosos o agradables. Pueden crear unos sentimientos de satisfacción e incluso de euforia. Pero eso es otra cosa.

Lo que plantean no es si el resultado compensa el sacrificio. Lo que señalan es que el acto de pensar mucho en un tema en sí, implicarse en un reto mental desafiante no es agradable ni plato de gusto. “El hecho de que los alumnos acaben satisfechos con las notas de un examen pueden hacer que el maestro concluya falsamente que han disfrutado mucho con el estudio”, explica el profesor Bijleveld.

Para llegar a sus conclusiones, este estudio, publicado por la Asociación Estadounidense de Psicología, ha analizado hasta 170 estudios previos relacionados con tareas mentales. Estas otras investigaciones se recogieron de 29 países diferentes e implicaron no solo a estudiantes, sino también a deportistas, trabajadores enfrentados a una nueva tecnología en su trabajo o personas que cambiaban de empleo.

En todas los grupos y tareas el resultado fue el mismo: cuanto mayor es el esfuerzo mental, mayor es el disgusto experimentado por los participantes.

Los asiáticos sufren menos que los europeos

Los sentimientos de disgusto ante el esfuerzo son subjetivos. Cada uno lo expresa a su manera y lo califica de un modo mayor o peor según su percepción. Un hallazgo interesante de esta investigación es ese sentimiento desagradable se percibía menor en los países asiáticos que en los europeos o norteamericanos.

El profesor Bijleveld lo atribuye a la forma en la que se educa en las escuelas e institutos de Asia, donde se obliga a dedicar más tiempo a las tareas escolares. Eso hace que aprendan a soportar mejor el esfuerzo mental.

Es importante transmitir a las nuevas generaciones la cultura del esfuerzo. Conseguir cosas cuesta. Si no es así, se puede crear una generación hedonista que lo espera todo hecho y que puede llevarse una gran sorpresa cuando se enfrentan con el mundo real.

Este consejo de los educadores, sobre el que se ha insistido en los últimos años ante unos padres excesivamente protectores, también se puede aplicar a la hora de hablar de los estudios. Estudiar no es ni divertido ni agradable. Pero se ha de hacer.

Por qué nos gustan los retos mentales

También aplicárnoslo a nosotros mismos cuando se habla del esfuerzo mental que podamos hacer los adultos por aprender cosas nuevas. Hemos de intentar centrarnos en el beneficio final, en la gratificación personal o el beneficio económico que podrá reportarnos hacer ese esfuerzo mental.

Es lo que hacen, por ejemplo, las millones de personas que voluntariamente consideran un entretenimiento resolver crucigramas, jugar al ajedrez o poner sus esfuerzos en algún otro tipo de reto mental.

Si la recompensa que nos crea el reto superado compensa el esfuerzo invertido en su realización, nos damos por satisfechos. “Esas personas eligen actividades de esfuerzo mental a pesar del esfuerzo, no debido a él”, subraya el profesor Bijleveld.

Es similar a lo que pasa cuando hacemos ejercicio físico. El esfuerzo muscular activa neurotransmisores que harán que nos sintamos bien después de la actividad. La actividad en sí de correr o levantar pesas es un trabajo duro, no es satisfactorio en sí mismo.

Por eso, cuando no resolvemos el problema o perdemos la partida de ajedrez tenemos una sensación de frustración y no de indiferencia. Señal de que sentimos que la sensación desagradable provocada por el esfuerzo mental no ha servido para nada.