Marian Rojas Estapé, psiquiatra: "Estar quemado en el trabajo puede acabar con nuestra moral y autoestima"

No podemos tener el control absoluto de lo que ocurre en nuestro trabajo ni evitar el cien por cien de las situaciones difíciles, pero sí está en nuestro poder aplicar la inteligencia emocional en ese ámbito.

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Sindrome Quemado Stocksy

Sentirse parte del proceso en cualquier empresa rebaja el riesgo de padecerlo.

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En realidad el síndrome de estar quemado no es algo nuevo. La primera vez que se usó un término similar fue en un tema del cantante Bob Dylan (en Shelter from the Storm, de 1974, menciona la frase “estar quemado por agotamiento”). Ese mismo año un psicólogo neoyorquino con jornadas maratonianas en la consulta privada y en la pública –Herbert Freudenberger– escribió un artículo reconociéndose víctima de ese mal. Ya entonces detallaba que “las personas dedicadas y comprometidas tienen más riesgo de sufrirlo”.

En 1977 los trabajadores de la línea de montaje de Ford en Nueva Jersey (EE. UU.) hicieron suya la expresión. Llevaban mucho tiempo sin subidas de sueldo y soportando una gran frustración laboral. En la década de los ochenta la expresión “estar quemado” se convirtió ya en la manera de describir cómo se encontraban los agotados trabajadores estadounidenses.

Ha transcurrido más de medio siglo pero el término –que pasó a relacionarse ya con un síndrome por la OMS en 2019, aunque aún no lo considera enfermedad– está más en boga que nunca y son muchas las personas que pudieran estar sufriéndolo. Me atrevo a asegurar, incluso, que tras la pandemia el número de afectados se ha incrementado mucho.

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Así se manifiesta

¿Qué es exactamente el síndrome de Burnout o del trabajador quemado? Es la sensación de estar agotado física y psicológicamente, aunque puede manifestarse de muchas formas. Sin embargo, conviene diferenciar entre un estrés puntual –que todos podemos sufrir– y este agotamiento crónico que se da principalmente en el ámbito laboral, aunque sin duda también lo padecen personas que no tienen que responder ante un jefe y que se dedican al cuidado del hogar o atienden a un familiar enfermo.

  • El origen de todo está en los asuntos relacionados con el trabajo –o, como digo, en las tareas que uno hace, sean del tipo que sean–, pero se acaba extendiendo a muchísimos ámbitos de la vida y puede afectar a las relaciones personales, de pareja, con los amigos o con la familia.
  • Los síntomas no se producen de golpe, sino que uno empieza por notar que cada vez tiene más carga laboral, que la jornada en la oficina se le hace eterna, que no soporta ese ambiente tóxico, que la relación con los clientes ya no le resulta agradable y tiende a reducirla o incluso a evitarla... Y luego llega la extenuación, el agotamiento. Cuesta mucho levantarse por las mañanas, no se descansa bien por las noches, los dolores de cabeza son cada vez más frecuentes al igual que los dolores en el cuello o en la espalda, se encadena un resfriado con otro, la piel parece haberse vuelto hipersensible y se irrita con facilidad, hay problemas gastrointestinales e incluso se nota que cuesta respirar.
  • La autoestima está por los suelos. Es habitual que esa persona comience a desconfiar de sus propias habilidades laborales y que cada vez se vea menos capacitada para cumplir con tareas que antes hacía con más o menos facilidad y agrado. Al principio es una percepción errónea, por lo general, pero si no se frena, sí puede dar lugar a más fallos a diario.
  • Cero creatividad y mucha monotonía. La despersonalización es otra señal; uno siente que lo que está haciendo en realidad no va con él ni él puede aportar valor al proyecto, por lo que lo hace todo de manera automática. El cerebro simplemente piensa en el resultado, en conseguir algo rápido. Lo he visto mucho en comerciales con sus clientes; en médicos, enfermeros y celadores con los pacientes, y en otros muchos profesionales que acaban bloqueando la parte empática. Se vuelven incapaces de ponerse en el lugar del individuo al que están atendiendo y se limitan a hacer el trabajo como si fueran autómatas. Acaban su jornada, se marchan a casa y al día siguiente repiten exactamente lo mismo.
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Perfiles en riesgo

No se equivocaba el psicólogo Freudenberger cuando apuntaba que las personas comprometidas con su trabajo tenían una alta probabilidad de acabar quemadas.

  • Quienes se entregan a diario. El primer perfil es, efectivamente, el de un individuo que se suele identificar tanto con su trabajo que no sabe encontrar equilibrio entre su vida personal y la laboral. Vive entregado a la causa. Puede ser porque es el dueño de la empresa, porque es autónomo o porque le gusta tanto su desempeño laboral que se entrega sin límites.
  • Las personas que no saben delegar, que necesitan controlar todos los procesos por pequeños que sean: el reparto de la mercancía, los asuntos financieros, los recursos humanos... y como no delegan ni confían en otras personas, se acaban rompiendo.
  • Trabajos en los que hay que tratar con mucha gente. Es uno de los aspectos que puede hacer más interesante un trabajo pero, dependiendo de las épocas, es también una manera de oír continuas quejas y problemas ajenos. En el ámbito sanitario, por ejemplo, médicos, enfermeras, psicólogos o psiquiatras trabajamos con el sufrimiento ajeno e intentamos que las cosas sean lo mejor posible para la persona que tenemos delante. Eso puede pasar factura, al igual que en los trabajos en los que hay que tratar mucho con proveedores y clientes.
  • También entre quienes trabajan solos todo el tiempo. Es el otro extremo, el del teletrabajo, por ejemplo. Desde casa no te implicas igual que si estás presencialmente en la oficina o en el taller. Porque cuando llegas a tu empresa, te guste más o menos, existe una sensación de pertenencia. El teletrabajo a tiempo completo fomenta el individualismo y el estar menos comprometido, con lo que también puedes acabar quemado.
  • Tener un jefe extremadamente controlador. Un superior que no tenga empatía y exija mucho es otro factor de riesgo. En muchas ocasiones eso va ligado a no tener una hora fija para finalizar la jornada, o el recibir peticiones fuera de ella. Por lo general, se aguanta si el sueldo no es malo, pero va haciendo mella, intoxicándonos de cortisol y quemándonos.
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Qué podemos hacer para prevenirlo

Cuanto antes detectemos que nos estamos adentrando en esa hoguera, en esa espiral negativa, mejor. Luego, hay que poner en marcha una cierta estrategia para volver a reenamorarnos de algún modo del trabajo y sentirnos parte de él.

  • Ser fieles a la cultura mediterránea. En nuestro país, como en otros muchos bañados por el Mediterráneo, tenemos la enorme suerte de interaccionar continuamente con los demás. Cualquier motivo es bueno para acabar el día tomando algo con compañeros de trabajo o con amigos. Y esa es una de las mejores terapias para relativizar todo y sacudirnos el estrés. Justamente eso nos salva de muchas cosas que en Estados Unidos sí están ocurriendo y que tienen que ver con el aislamiento y la soledad.
  • Preguntarte si hay algo en tu forma de ser que lo favorezca. ¿Eres demasiado dependiente de la opinión de los demás y, sobre todo, de la opinión de tus superiores? ¿Eres excesivamente controlador? ¿Tiendes a preocuparte por todo? Probablemente nunca te hayas hecho esas preguntas y, si te notas quemado, es el momento de planteártelas. Conocerse a uno mismo es el primer paso para “pulirse” y estar algo más felices.
  • Identificar tus factores de estrés. Anteriormente he citado los más habituales, pero en cada caso pueden aparecer nuevos escenarios que aboquen a sentir ese desengaño laboral. Una mala relación con un compañero o compañera, fricciones con el superior, un lugar de trabajo poco acondicionado o incómodo, turnos nocturnos... Cualquier detalle por pequeño que nos parezca, si se repite día tras día, puede ir minando nuestras ganas y también nuestro desempeño laboral.
  • Hablar de lo que te ocurre, buscar algún apoyo. Ese desahogo sirve para liberar la tensión. Otras veces será tu interlocutor el que te ayude a poner las cosas en su sitio. Porque solemos tener muchas expectativas sobre nuestro trabajo y creemos que será una fuente de felicidad continua. Eso se cumple algunas veces, pero tenemos que estar preparados para afrontar todo tipo de días y circunstancias, unas más gratas y otras menos. La felicidad se fragua con muchos momentos distintos y en diferentes ámbitos, no solo en el laboral.