A diferencia del miedo, que es un temor específico, concreto, determinado y objetivo ante algo, en la ansiedad se difuminan las referencias porque la causa es difusa; los temores vienen de todas partes y de ninguna. Pese a no desarrollarse ante un objeto real, tiene tal impacto en nosotros que puede manifestarse de cuatro formas distintas:
- Podemos notar síntomas físicos como taquicardia, dificultad para respirar, sequedad de boca, pellizco gástrico o lo que llamamos un nudo en el estómago, aumento del tono muscular (se tensan los músculos), náuseas, vértigos…
- Hay cambios en la conducta y en nuestros movimientos: contracción y rigidez de los músculos de la cara, que está más inexpresiva; también tensión mandibular; temblor de manos, de brazos y de piernas; irritabilidad; estado de alerta; podemos mordernos las uñas…
- Notamos un cerebro excesivamente alerta y, a la vez, torpe. Podemos experimentar inquietud mental, anticipación excesiva pensando que va a ocurrir lo peor de lo peor y pesimismo generalizado, gran dificultad para concentrarnos o para tomar decisiones y despistes muy frecuentes.
- Se altera la manera cómo nos relacionamos con los demás. La ansiedad puede hacer que nos cueste iniciar una conversación con otra persona, aunque sea banal, así que preferimos pasar desapercibidos. También nos lleva a estar muy pendientes de lo que los demás opinan de nosotros y puede, en definitiva, bloquear o boicotear nuestras relaciones sociales.
Ser en lugar de tener
En la época que nos ha tocado vivir hay un exceso de -ismos: materialismo, consumismo, hedonismo, narcisismo… Y de ellos brotará lo que llamo “la vivencia de la nada” por dar prioridad excesiva a lo material y al placer propio e inmediato. Como si lo material y lo externo fuese más importante que lo espiritual y lo íntimo. Tener esa visión nos deshumaniza, nos convierte más en objeto que en individuo, y abre la puerta a la ansiedad.
Incluso vemos a gente agobiada porque llega tarde al cine o a cualquier otra actividad de ocio. Y es que trasladamos la competitividad, el deseo de no fallar nunca o de ser mejores que otros a nuestro tiempo de descanso. Eso solo puede generar insatisfacción. Vale la pena pararse y preguntarse a uno mismo el porqué de las prisas si de lo que se trata es de saborear esos espacios de desconexión que tanto nos enriquecen y tan saludables son.
Por otro lado, cada vez tenemos más miedo al dolor, incluso de forma anticipada. Las expectativas son siempre tan altas y para todo que estamos algo incapacitados para el sufrimiento. De hecho, cada vez hay más personas que se reconocen hipocondríacas. Hemos normalizado sentir ansiedad ante la menor amenaza de enfermedad, de incomodidad, de fracaso económico, de pérdida de la belleza o de proximidad a una edad avanzada.
Cómo no caer en las garras de la ansiedad
Las siguientes medidas pueden ayudarte a disminuir (o incluso frenar del todo) un estado ansioso.
Reserva un tiempo para reflexionar
Reflexiona sobre cómo eres y sobre lo que quieres. Eso a veces da vértigo porque la reflexión se acompaña de cierta autocrítica. Pero es necesaria para hacerlo mejor, para avanzar y para elaborar un proyecto coherente de vida.
- Guárdate unos minutos. Aunque estemos inmersos en un mundo trepidante, vale la pena organizar los días para tener esa breve conversación con uno mismo.
Antepón el pensamiento maduro al ansioso
Cuando algo te preocupe, es preferible poner el foco y la atención en analizarlo sin emitir juicios de valor, sin generalizar, sin adelantar conclusiones y esperando a que los hechos se produzcan.
- Eso ayuda a intervenir antes allá donde se pueda, en lugar de poner el foco en los errores, los problemas o lo mal que les fue a otras personas ante algo similar.
Dale a las cosas que te pasan la importancia justa
Independientemente de la personalidad que se tenga o de los rasgos “contagiados” en familia, todos podemos aprender a valorar los hechos que nos suceden en su justa medida. No es fácil, es cierto, pero hay pautas para conseguirlo.
- La primera de ellas es mirar en la lejanía, no quedándonos en la anécdota negativa de un momento o de una circunstancia concreta, sino imaginando hacia dónde desembocará en un futuro. Por ejemplo, podemos preguntarnos si lo que ahora nos preocupa será igual de importante dentro de 4 o 5 años (si la respuesta es que no, seguramente no merece tanta atención como le estamos dando).
- Otro gran paso para evitar la ansiedad es desdramatizar: no caigamos en el gran error de convertir un problema real en un drama. Finalmente, hay que procurar que la reacción sea proporcionada a lo ocurrido. Como ejercicio para mejorar en este aspecto podemos recordar a alguien ante quien fuimos muy críticos porque tuvo una reacción sobredimensionada y pensar si ahora nosotros estamos actuando del mismo modo.
No te instales en la melancolía
Pensar que cualquier pasado fue mejor no te dejará disfrutar de lo bueno que te esté pasando ahora. Hay que tener en cuenta, además, que con el paso del tiempo, nuestra imaginación tiende a idealizar acontecimientos pasados o personas que, en realidad, ni eran tan positivos ni conectaban tanto con nosotros.
No dejes que la competitividad sustituya a la colaboración
Ni en el trabajo, ni con tu círculo de amigos ni en la familia. Actualmente es fácil encontrarnos con esta paradoja: vivimos en la época del trabajo en equipo y, sin embargo, cada vez nos mostramos individualistas con más facilidad. Eso no solo acaba generando ansiedad, sino aumentando la frustración.
Escapa del acoso publicitario y de las redes sociales
Te pueden hacer sentir mal por no alcanzar lo que te brindan o lo que otros están mostrando que han logrado… y que en realidad no es tan idílico.
Idea tu proyecto de vida
Básalo en tu realidad, en tus posibilidades y en tu manera de ser, no en la de otros. En ese ideario, procura cuidar cuatro grandes apartados: amor, trabajo, cultura y amistad. Si ante las adversidades te sientes arropado por familiares y amigos y has cultivado la formación y el conocimiento, podrás sobrellevarlas mejor.
- Ten en cuenta que la felicidad no depende de la realidad sino de la interpretación de la realidad. No importa tanto lo que te ocurra como la actitud que decidas tener ante ello. Cuando esa actitud es más positiva y asertiva, inmediatamente alejas la ansiedad.
Quiero acabar este artículo compartiéndoles algo que me ocurre a mí. Últimamente, quizá por la edad, tengo un poco de impaciencia. Veo, por ejemplo, que en la consulta tenemos muchos pacientes y quiero atenderlos muy bien a todos, pero a veces las horas no cuadran. Mi mujer, Isabel, me ayuda a calmarme, pero yo me he encargado de hacer un listado para identificar los pensamientos y los sentimientos que me pueden volver más ansioso. De esa forma, los freno antes de que se desboquen. La vida, ciertamente, es un aprendizaje continuo sobre uno mismo.