Solemos utilizar los términos emoción y sentimiento como sinónimos, pero son cosas distintas. Voy a tratar de identificarlas y, aprovechando la ocasión, hablaré de otras dos experiencias afectivas, la pasión y la motivación.
Debo reconocer que el terreno de la afectividad forma una telaraña compleja en la que los conceptos se entremezclan. Las fronteras entre todos los términos son borrosas, desdibujadas, imprecisas y vagas. Unas y otras se cruzan y ciertamente hacen difícil una delimitación clara.
La diferencia entre sentimiento y emoción
Los sentimientos son un estado de ánimo, positivo o negativo(amor u odio, por ejemplo), que evalúa –y nos acerca o nos aleja– a la persona o al objeto que aparece delante de nosotros. Es decir, son resultado de un balance que hace nuestra psique con los estímulos externosy cómo reaccionamos ante ellos en nuestro día a día.
En cambio, las emociones son más intensas y tienen una duración muchomás pasajera que los sentimientos porque son respuestas innatas a estímulos concretos y tienen una manifestación fisiológica (como la ansiedad). Con ellas, el cuerpo responde de una determinada manera porque están implicadas algunas hormonas y se producen cambios bioquímicos: sentimos taquicardia, dificultad para respirar, sudor intenso o desasosiego cuando algo nos da miedo.
Esos síntomas aún son más intensos cuando tenemos ansiedad: opresión en el pecho, ahogo, tics nerviosos, temor a perder el control de uno mismo y a volverse loco, sensación de muerte inminente... Son reacciones inevitables y, por eso, no podemos actuar tanto sobre ellas. Sobre los sentimientos, sí. Podemos analizarlos y trabajar con ellos para balancear y llevar a un punto de equilibrio lo que percibimos y cómo nos afecta lo que nos rodea, ya sea algo inanimado, un objeto, un acontecimiento o un ser vivo (una persona, una mascota…).
Las claves de la Pasión y la motivación
Las pasiones son estados afectivos más intensos que las emociones y tienden a nublar la razón. No tienen tanto reflejo en el aspecto físico, pero van ligados a un deseo intenso que tiende a bloquear el pensamiento racional. Ocurre, por ejemplo, cuando alguien que lleva muchos años con su pareja se enamora de otra persona y es incapaz de quitársela de la cabeza.
Finalmente, la motivación (viene del latín y significa ‘lo que mueve, lo que empuja’) nos incita a hacer cambios para lograr un objetivo determinado que, aparentemente, es bueno para nosotros. Pueden estar relacionados con algo físico (bajar de peso para ganar salud) o ser psicológicos, profesionales, sociales, culturales o espirituales. Durante el camino hacia la meta vamos generando expectativas que tienen mucha relación con nuestras vivencias pasadas, nuestros sentimientos y nuestras emociones.
El cuerpo y la mente responden
Cuando vivimos alguna circunstancia que pone en marcha cualquiera de esas respuestas afectivas se activan distintos mecanismos que vale la pena conocer para poder gestionar y asimilar lo ocurrido.
1. Respuesta física.Notaremos una serie de síntomas que son consecuencia del baile hormonal que puede darse. Si vivimos algo positivo, la hormona que lo dirigirá todo será la dopamina; si experimentamos algo doloroso o que despierta nuestros miedos, será el cortisol el que lleve la batuta (cuerpo y la mente necesitan estar en alerta para actuar con rapidez si aparecen consecuencias más lesivas).
Habrá una respuesta de conducta observable:nuestro rostro, que quizá se vuelva más pálido, adoptará ciertas expresiones como contracción de la frente y aparición de arrugas en ella; nos morderemos los labios; parpadearemos con más frecuencia de la habitual y puede aparecer, incluso, temblor de manos.
2. Respuesta cognitiva.Por nuestra cabeza pasarán mil y una ideas y pensamientos. Por lo tanto, vale la pena preguntarnos cuáles son e incluso anotarlos para llevarlos a un plano más racional.
3. Respuesta social.Unos buscaremos rodearnos de gente, tener compañía para poder sobrellevar mejor la situación y lo que sentimos. Otros, en cambio, preferirán la soledad. Se aislarán. Sería oportuno buscar la mejor y más positiva compañía en el primer caso; y cuestionarnos, en el segundo, si apartarnos de todo en ese momento nos hace de verdad bien.
Que notemos cualquiera de estas manifestaciones en nuestra conducta, en nuestro comportamiento o en nuestro sentir significa que algo nos ha impactado más de lo habitual, pero eso debe ir desapareciendo con el paso de las semanas. De lo contrario, puede dejar una huella y unas alteraciones que se perpetúen y desestabilicen nuestro equilibrio mental, de salud y también social.
El valor del autoconocimiento
Para evitar que el impacto de lo que sentimos se alargue en el tiempo (tanto si es negativo porque nos daña psicológica y físicamente, como positivo porque puede llevarnos a actuar de manera irracional) conviene…
- Pensar de forma afectiva pero también racional. Ambas esferas deben ir de la mano y recurrir a la inteligencia para seguir avanzando y que los sentimientos o las emociones no nos ahoguen.
- Anotar cuál es el sentimiento o emoción que nos embarga. Así, podemos catalogar lo que estamos notando como algo que nos da placer (o displacer); excitación (o tranquilidad); tensión (o relajación); aproximación (o rechazo) o activación (o bloqueo). Ponerle nombre nos ayudará a ordenar las ideas, a saber lo que realmente está sucediendo dentro y fuera de nosotros, y a modificarlo –si no del todo, en parte– en el caso de que nos esté generando una negatividad o un desasosiego extremos.
- Y valorar nuestro nivel de adecuación y preguntarnos si nuestra respuesta ha sido apropiada y coherente; si ha habido una buena proporción entre el estímulo recibido y nuestra actitud posterior. Pongamos un ejemplo: una persona desea comprarse una camisa, pero espera a que lleguen las rebajas para adquirirla más barata. Sin embargo, cuando llega ese momento, la prenda ya no está disponible. Lógicamente, sentirá cierto grado de frustración, pero en ningún caso debería experimentar sentimientos depresivos por ello. Eso sería desproporcionado y estaría indicándonos que hay algo que falla y que debe ser trabajado.
Evitar la voz negativa
Cuando notamos un sentimiento o una emoción muy fuerte
conviene tener una charla con nosotros mismos. Debemos preguntarnos cómo nos hemos comportado y por qué, pero perdonándonos y con la intención –si no ha sido la mejor forma de hacerlo– de actuar de otra manera ante una futura situación similar.
No debemos permitir que esa voz interior sea negativa. ¿Y cómo nos damos cuenta de que lo es? Con la autobservación. Luego, conviene neutralizarla dedicándonos mensajes cognitivos positivos usando frases cortas: “Tranquilo”; “Lo has hecho bien”; “No pasa nada”; “Fíjate en lo bueno de tu vida”…
Otras herramientas de gestión emocional
Antes he mencionado el placer o displacer (que deriva en dolor y sufrimiento), la excitación que puede hacernos vivir de forma amenazante e intentando anticiparnos a todo, y otras emociones.
Para descubrir lo que sentimos, además de ese análisis interno que es fundamental para llegar a un buen autoconocimiento, disponemos de tres grandes herramientas que nos ayudarán a gestionar esas emociones y llevarlas por un camino más equilibrado desde un primer momento. Son:
1. La afectividad. La primera vez que captamos una realidad o que nos hacemos idea de cómo es otra persona tiene una marca afectiva. Pero podemos trabajarla y mejorarla huyendo de la cultura de la inmediatez, que nos genera demasiados sentimientos y emociones relacionados con la frustración.
2. La inteligencia. Es la capacidad para captar la realidad en su complejidad y en sus conexiones; es saber distinguir lo accesorio de lo fundamental; es la capacidad para discriminar la realidad de lo ficticio; es moverse con soltura en el terreno interpersonal para que, por ejemplo, logremos sentirnos bien frente a una persona que no soportamos en una comida familiar. Como puedes suponer, también es modulable. Podemos trabajarla y aumentarla, y el orden (que empieza en la cabeza) es uno de los mejores amigos de la inteligencia.
3. La voluntad. Con ella nos proponemos emprender un camino teniendo en cuenta habilidades y limitaciones (mejorándolas si es posible). La voluntad es un trabajo artesanal. Y en este caso, la mejor amiga es la constancia, repetir, seguir adelante, pese a haber tenido algún que otro error que, seguramente, habrá supuesto una enseñanza.