Evitar el “síndrome del impostor” y subir tu autoestima

Cada vez son más las personas que sienten que no se merecen el éxito que tienen y que están engañando a los demás. Eso les hace convivir con el miedo a que los demás los descubran.

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Mujer mediana edad oficina
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Eso de sentirse inferior parece ser muy habitual hoy en día, como lo constata el hecho de que muchas personas en todo el mundo –según señalan las encuestas– caen en lo que se denomina el síndrome del impostor o síndrome del fraude. Yo mismo he sido testigo de ello como profesional de la psiquiatría. 

En los últimos tres años he participado en el diagnóstico de varios casos que me han llamado la atención por tratarse de hombres y mujeres cirujanos ortopedas, especialistas en el tratamiento de traumatismos y enfermedades de los huesos y músculos. 

Pese a su reconocida competencia, desconfiaban de sus habilidades para resolver problemas en el quirófano y para superar situaciones de incertidumbre. Descartaban sus propios éxitos, achacándolos a la buena suerte más que al propio talento, e incluso los consideraban falsos, lo que acababa por provocarles temor a ser descubiertos. 

Como consecuencia, sufrían frecuentes brotes de ansiedad e incluso depresión. Y este es el veneno más nocivo del síndrome del impostor, pues nos impregna de autocrítica corrosiva, nos roba la esperanza y consume el anhelo de vivir. 

Suele empezar ya en la adolescencia

El síndrome del impostor afecta a hombres y mujeres que, pese a sus logros profesionales y admiración por parte de colegas y jefes, se sienten interiormente incompetentes, impostores y temen ser descubiertos como fraudes. 

No se considera oficialmente un trastorno psiquiátrico, pero sí es causa frecuente de problemas psicológicos, como por ejemplo agotamiento físico y emocional, pérdida de interés o burnout (estar quemado), dificultades sociales, ansiedad, depresión e incluso ideas suicidas en algunos casos. 

La situación se corresponde fundamentalmente con un trastorno de personalidad. Son mujeres y hombres que, desde la adolescencia –y pese a haber sido buenos estudiantes y ahora ser buenos profesionales–, se consideran íntimamente ineptos. 

Por eso, no aceptan sus éxitos y optan de manera automática por dar explicaciones a los demás y hacer comparaciones desventajosas en las que ellos siempre van a salir perdiendo. De esa forma, van haciendo más fuerte el concepto negativo de sí mismos y se van agarrando a la identidad secreta de impostor.

Cuando consiguen algo, atribuyen ese logro a factores externos como la suerte, la casualidad, la ayuda de otros o la ingenuidad de quienes han valorado positivamente ese éxito.

Este síndrome esconde una autoestima dañada

La autoestima es el resultado de nuestra propia valoración subjetiva y personal. A la hora de valorarnos sopesamos nuestras virtudes y defectos, así como la eficacia de nuestras decisiones y comportamientos. Una autoestima positiva estimula la confianza en uno mismo, facilita que nos sintamos seguros y competentes en nuestras ocupaciones y relaciones. 

Entre los cuatro y los seis años empezamos a construir una valoración –o una narrativa particular– de nosotros mismos. A medida que crecemos, tendemos a hacer nuestras las opiniones que emiten sobre nosotros los adultos importantes de nuestro entorno. Es un hecho indiscutible que un entorno familiar entrañable, protector y estimulante facilita en las criaturas una representación mental saludable de sí mismas… y lo contrario.

La causa más común de daños a la autoestima es ser víctima de agresiones en el hogar familiar, en el colegio o en el trabajo. Estas experiencias traumáticas suelen ocurrir en ámbitos en los que las personas no pueden escapar, sea por razones físicas, psicológicas, económicas o sociales. 

¿Se puede evitar esa sensación de fraude?

El primer paso es reconocer que pensamos eso de nosotros mismos. Es fundamental tomar conciencia de lo que nos está pasando. 

Síndrome impostor

Muchas personas sufren el síndrome del impostor.

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1. Desarrolla la capacidad de observarte y evaluarte con rigor

Lo llamamos introspección y es una herramienta esencial para que salgan a flote nuestras facultades ejecutivas. En concreto, es la capacidad de observarnos, de conocer cómo somos y de evaluar razonablemente nuestras aptitudes y limitaciones. Ese paso es ineludible porque nos va a permitir gestionar las emociones y dirigir las decisiones que tomamos. 

2. Busca tu punto de equilibrio

El paso siguiente es localizar el centro de control dentro de uno mismo y tomar medidas para entender el problema y solucionarlo, incluyendo la opción de buscar ayuda. En este sentido, es importante explicar y desestigmatizar el síndrome del impostor con el fin de facilitar que los afectados puedan obtener tratamiento.

3. Escribe las autocríticas más feroces que te dedicas

Y haz otra lista con tus fortalezas y logros. ¿Por qué conviene hacerlo? Porque la memoria es selectiva y su funcionamiento tiene mucho que ver con nuestra forma de ver la vida. Por eso es tan importante tomar nota de las victorias y experiencias positivas, y tenerlas siempre a mano en nuestra autobiografía de bolsillo.

Es recomendable identificar y analizar autocríticas que nos producen sentimientos de culpa y de fracaso, pero es igualmente beneficioso recordar y repasar esos momentos en los que nos sentimos competentes y eficaces por haber conseguido metas de las que nos sentimos orgullosos. 

4. No lo dudes, échate flores, piropéate sin rubor

Florearnos es una estrategia muy efectiva para fortalecer la resistencia física y mental en momentos espinosos. Las palabras estimulantes que nos decimos alivian la sensación de agotamiento, nos animan y alimentan la motivación para persistir. Nos ayudan a guiar las decisiones y mantener la confianza necesaria para lograr las metas que nos proponemos. Además, son eficaces a la hora de conseguir estados saludables de relajación, tranquilidad y paz mental. Verdaderamente, tiene mucho sentido practicar el arte de piropearnos. 

5. Si lo necesitas, pide ayuda

Se ha demostrado que la psicoterapia da lugar a cambios positivos en los centros cerebrales encargados de regular ideas, emociones y comportamientos, ya que se trabaja la introspección, la racionalidad y el autoconocimiento, que son las tres facultades ejecutivas que mencionaba en el primer punto. Por eso, de la mano de un especialista puedes aprender a detectar (primero) y a abordar (después) esos conflictos personales que están socavando tu autoestima. 

El mal hábito de compararnos

Es una costumbre muy propia de los seres humanos; sentimos una irresistible inclinación a compararnos entre nosotros. En algunas ocasiones optamos por comparaciones ventajosas para protegernos de la autocrítica y del desánimo. 

Actualmente se promueve la cultura de la comparación. Puesto que hoy en día se tiende a aplicar esas comparaciones a todos los ámbitos de la vida, recomiendo estar alerta para no caer en el error de pensar que triunfamos por casualidad y fracasamos por ineptitud.