Luis Rojas Marcos (81 años), psiquiatra, sobre envejecer con plenitud: “La diversión tiene un peso fundamental en el bienestar, conviene dedicarse a diario a los placeres sencillos”

Tener la idea constante de que seremos mayores infelices puede convertirnos, precisamente, en eso. Conviene dar valor a las cosas buenas que suceden a edades avanzadas y no dejarse llevar por la presión social.

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Dr. Luis Rojas Marcos

Dr. Luis Rojas Marcos

Hoy en día sabemos y hablamos mucho más que años atrás sobre el envejecimiento y, en general, tendemos a aceptarlo como un proceso de cambio natural programado en nuestros genes. 

Ahora, además, tenemos a nuestro alcance mucha más información científica, clara y fiable, sobre sus retos y oportunidades y las medidas que podemos tomar para atenuar sus efectos secundarios y sacarle el mayor partido posible. 

Pese a todo, no podemos ignorar que el envejecimiento aún sigue marcado por connotaciones negativas. Por ejemplo, el Diccionario de la lengua española incluye como sinónimos: “decrepitud, declive, decadencia”. Con esas referencias, es normal que en muchos casos que a alguien le llamen mayor o viejo mine la moral.

La imperturbable cultura de la imagen

Esta sigue jugando, sin duda alguna, un papel muy importante en la percepción que la sociedad tiene de las personas mayores. El físico ha sido y sigue siendo un factor muy influyente en nuestra autoestima o la valoración privada que hacemos de nosotros mismos, así como en la opinión de los demás dentro del escenario social.

Cada sociedad da su propio significado a los cambios de imagen que acompañan a la vejez basándose en valores culturales, costumbres y opiniones de sus miembros. Y, cuando se establece, la “buena” imagen como algo prioritario y preferente frente a otros valores –como la experiencia adquirida o la mayor templanza para resolver problemas– el sentir de las personas mayores suele ser que ya no tienen demasiada cabida en esos núcleos sociales donde impera con tanta fuerza la estética, la imagen.

¿Por eso “duele” más la pérdida de lozanía que la pérdida de facultades? Aquí entramos en el dominio de la subjetividad. Cada persona aprecia sus capacidades y talentos, así como su imagen física, de acuerdo con sus valores y experiencias. Es cierto que ya desde la niñez la apariencia física tiene un impacto significativo en la autovaloración de las personas, sobre todo en las mujeres, pero su importancia tiende a disminuir con los años, a medida que las facultades y los logros personales adquieren mayor importancia. Y si así nos sentimos a nivel personal, estaría bien que los demás supieran valorarnos por esos logros.

A las mujeres se las presiona mucho

Parece ser que a las mujeres aún se les sigue exigiendo más y sufren mayor presión conforme van sumando años. No hay nada más que recordar qué se suele decir, en general, de un hombre con canas (le dan un aspecto interesante) y qué comentarios suelen acompañar a una mujer que opta por hacerlas visibles (“Parece mayor”). 

Aunque eso poco a poco va cambiando y en este siglo hemos avanzado en el tema de igualdad (el de las canas es un asunto menor, un detalle, pero hay otros muchos que impactan de manera más contundente en la vida de la persona mayor), todavía vivimos en un mundo en el que el modelo de cuerpo joven, inmune al paso de los años, se impone a las mujeres (incluso en la tercera edad) como condición necesaria para protegerse del estigma y discriminación que aún marcan al envejecimiento. Seguramente por eso estamos viviendo un auge de la cirugía estética y de los retoques también en personas de edad bastante avanzada. 

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GSK

Considero que la industria de la belleza y el antienvejecimiento se aprovecha de la glorificación cultural de la imagen y el temor de las personas a demostrar signos palpables de vejez. Como consecuencia, la cirugía estética se ha convertido en una especialidad médica floreciente y lucrativa alimentada por el edadismo. Sin embargo, el envejecimiento va más allá del físico, por lo que cualquier avance antiedad no disminuye la importancia de aprender a envejecer, que es el verdadero –y más práctico– objetivo que hay que alcanzar.

Y es que, a veces, el temor a sumar años es peor que el propio hecho de envejecer. Puede aparecer con más fuerza antes de los 50 años que una vez pasados los 60 o 70. Y ese temor que es especialmente intenso en los años previos a envejecer (incluso durante la juventud) es el resultado de las imágenes mentales de estigma y rechazo, que incluso provocan estados de ansiedad. 

Signos de que las cosas pueden cambiar

A nivel social, creo que el temor a envejecer se va aliviando a medida que reconocemos colectivamente que es un proceso natural e inevitable. Ese reconocimiento acabará con las connotaciones negativas y deshumanizantes que se han difundido durante siglos sobre la madurez tardía.

Y a nivel personal: las complicaciones físicas, mentales y sociales que a menudo lo acompañan pueden evitarse o reducirse si nos informamos y aprendemos a envejecer y a promover las fuentes de bienestar que ofrece este ciclo de la vida.

Debo decir que percibo, en mi experiencia como octogenario, que bastantes estereotipos de la longevidad son tan populares como incorrectos. Cada día más los hombres y mujeres ya mayores –libres de responsabilidades laborales y familiares– exploran nuevos horizontes y disfrutan de nuevas relaciones y actividades placenteras, incluyendo la satisfacción de compartir con generaciones más jóvenes y participar en tareas solidarias. 

Qué ocurre si el temor gana terreno

Cuando el temor a perder lozanía, a que el rostro se llene de arrugas, a que no estemos tan ágiles para hacer cosas como unos años atrás, se incrementa, podemos volvernos incluso personas asociales. De hecho, algunas encuestas aseguran que el 25 % de las mujeres reconoce no acudir a invitaciones sociales porque les preocupa ser rechazadas de alguna manera.

Ese temor al rechazo por edad, al edadismo, afecta a una minoría pero es preocupante porque, como digo, es una causa frecuente de aislamiento. Y eso es más serio de lo que parece porque tiene una implicación directa en la salud física y mental: está demostrado que el aislamiento en la tercera edad acorta la vida, ya que aumenta el riesgo de comportamientos perjudiciales, accidentes, enfermedades cardiovasculares y trastornos cerebrales. Además, el aislamiento continuado a menudo va acompañado del sentimiento de soledad y esta daña la autoestima, roba la ilusión y alimenta la tristeza. 

Ese aislamiento puede, incluso, introducirnos en una depresión, que distorsiona la forma de pensar y razonar e impone una visión catastrofista y desesperanzada de la realidad. La depresión también absorbe la energía física para llevar a cabo las tareas cotidianas y llega a robarnos el interés en vivir, algo fundamental en los mayores.  

Por fortuna, en la actualidad disponemos de tratamientos muy eficaces, además de que cada día aumenta la conciencia de que esta terrible dolencia es una enfermedad, y se busca ayuda profesional. 

Vivir la madurez con plenitud 

Mi primera recomendación es huir de las redes sociales que expanden esa fobia a envejecer, y obtener información comprensible y fiable sobre el proceso y las oportunidades gratificantes que nos ofrece la tercera edad. 

También aconsejo hablar sin reservas de los miedos concretos al envejecimiento y compartir esas fantasías posiblemente nefastas acerca de la muerte con personas cercanas. Conviene que sean interlocutores comprensivos, abiertos y que sepan escucharnos. Hablar del tema con ese tipo de personas es una buena forma de explorar estos asuntos sin tanta negatividad. 

personas mayores

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Otra opción eficaz es alimentar la conciencia y la percepción de que podemos planificar nuestra vida. El sentido de futuro forma parte de nuestro ser. Desde muy jóvenes pensamos en el día de mañana, disfrutamos y compartimos ambiciones a largo plazo, planificamos y trabajamos durante años para obtener lo que deseamos. Por cierto, abandonar aspiraciones inalcanzables puede ser un gran alivio, incluyendo el día que dejamos de aspirar a ser siempre jóvenes.

Quiero recordar igualmente que a medida que se prolonga la duración de la vida y aumenta el tiempo libre, la diversión tiene un peso fundamental en el bienestar. Conviene dedicarse a diario a una serie de placeres sencillos, y sabrosos si nos referimos a la alimentación.

Y aconsejo tener presente el hecho de que nunca hemos vivido tanto ni tan saludablemente como ahora. En Occidente, el 80 % de la población mayor de 75 años goza de una vida activa y autosuficiente.