Casi todos nos hemos preguntado en algún momento cómo viviríamos un desastre devastador imprevisible. Nos imaginamos lo que haríamos o no haríamos, cómo nos sentiríamos o de qué forma cambiaría nuestra forma de ver la vida. Sin embargo, cuando llega la hora de la verdad, casi siempre nos sorprendemos del impacto que tienen en nosotros estos sucesos. Las calamidades a las que me refiero tienen en común que perturban nuestro equilibrio físico y psicológico, conmocionan nuestra seguridad, alteran el sentido de futuro y amenazan nuestra supervivencia.
Estrés postraumático
El primer reto que nos plantean los desastres provocados por las fuerzas de la naturaleza es sobrevivir. Pero a menudo estas catástrofes tienen graves consecuencias para la salud mental, por lo que además de conservar la vida tenemos que recuperarnos de las secuelas emocionales que nos causan.
En 1980 se formuló oficialmente el llamado trastorno por estrés postraumático, en reconocimiento de las alteraciones mentales que se producen en personas que han estado expuestas a acontecimientos traumáticos y como consecuencia han experimentado estados de tensión física y emocional muy intensos.
Este trastorno altera el funcionamiento del eje hipotalámico-hipofisario-suprarrenal que controla el cortisol y otras hormonas que regulan el estrés.
Los síntomas suelen incluir la intromisión en la mente de escenas estremecedoras del desastre, ataques recurrentes de pánico, ansiedad, insomnio, aislamiento social, fobias y depresión. En la práctica solemos hablar de estrés postraumático crónico si causa un estancamiento mental en los detalles de la experiencia traumática y la duración de los síntomas es de más de tres meses.
Ingredientes de la resiliencia
La resiliencia es la capacidad para resistir y superar las adversidades que alteran nuestro equilibrio vital y amenazan la vida. En mis años de práctica en salud pública he comprobado en situaciones catastróficas que las personas que localizan el centro de control dentro de sí mismas, sienten que el rumbo de su barco está en sus manos y piensan que sus decisiones cuentan, tienden a luchar con más tenacidad y confianza por superar las calamidades que se cruzan en su camino. Lo opuesto es situar el control en fuerzas abstractas externas como el destino, la suerte o el tentador "que sea lo que Dios quiera".
Nuestras funciones ejecutivas se cuecen en el cerebro y nos ayudan a evaluar las circunstancias, sentar prioridades, y gestionar los pasos para protegernos de las circunstancias que nos amenazan, incluyendo obtener información fiable sobre lo que está pasando y pedir ayuda. Cuanto mejor informados estemos, menos susceptibles seremos a las especulaciones catastrofistas.
Un elemento necesario de la resiliencia humana son las conexiones afectivas con otras personas. La predisposición natural para relacionarnos forma parte del instinto de conservación. Los vínculos de cariño, amistad y apoyo mutuo alimentan la pasión por vivir.
Narrar y compartir los temores y sentimientos de terror e indefensión que nos abruman nos permite transformarlos en pensamientos coherentes y manejables, lo que minimiza la posibilidad de que se hundan en el inconsciente y provoquen ansiedad o depresión. Además, al compartir con otros las circunstancias aterradoras que hemos vivido, o estamos viviendo, nos desahogamos y nos hacemos receptivos a su empatía. La solidaridad es una fuerza natural que promueve confianza y seguridad. Es un hecho que quienes forman parte de un grupo solidario superan mejor las adversidades.
En los desastres colectivos, los damnificados que toman la iniciativa y deciden echar un cable a otras víctimas aumentan sus probabilidades de superar el trance. El papel de rescatador refuerza la concentración, protege del pánico y mejora la aptitud para actuar con acierto en las crisis.
Con el paso del tiempo, la tendencia humana a pasar página es una cualidad natural que nos permite hacer las paces con el ayer, reponernos y seguir adelante con ilusión. Numerosos estudios demuestran que pasar página no solo beneficia al equilibrio emocional de la persona, sino que también es saludable para el corazón, la presión arterial y el sistema inmunológico.
Crecimiento postraumático
En los últimos 20 años se han documentado efectos psicológicos positivos en supervivientes de terribles desastres. Son hombres y mujeres que, en su lucha por superar serias adversidades, descubren rasgos saludables de su personalidad que desconocían y afirman haber experimentado cambios favorables en su forma de ver y sentir la vida, incluyendo un mayor sentido de compasión y solidaridad.