Hay virus a los que les gusta quedarse agazapados en nuestro cuerpo una vez que nos han infectado. Simulando lo que hacen algunos animales antes de que bajen las temperaturas, buscan un rincón para hibernar. La primera vez que nos infecta este virus, el del herpes zóster, pasamos la varicela; luego “hiberna” en los ganglios linfáticos.
Puede permanecer décadas inactivo hasta que un estímulo lo despierta. Los motivos por los que esto ocurre son diversos, pero parece ser que todos tienen algo en común: una bajada de defensas.
Cuando despierta, ataca a las células nerviosas, encargadas, entre otras cosas, de transmitir señales de dolor. Por eso, si el virus está muy activo, provocará bastante malestar en la zona que recorren los nervios afectados. Según sea de intenso el dolor, será el grado de inflamación del nervio.
Señales de aviso
El dolor localizado (por lo general en el tronco, aunque también puede darse en piernas, cara y ojos) es, precisamente, uno de los primeros signos. Suele ir acompañado de picor y sensación de ardor.
- 4 o 5 días después, aparece el sarpullido. La piel se enrojece y salen diminutas ampollas, que dibujan el recorrido del nervio o nervios afectados. Es entonces cuando el virus puede contagiarse a las personas que no han pasado la varicela, pero solo si entran en contacto con el líquido de las ampollas. Unos 7-10 días más tarde esas lesiones se secan, se forman costras y la infección ya no es contagiosa.
- Fiebre, cansancio, dolor de cabeza o abdominal son otros posibles síntomas.
A veces parece herpes, pero no lo es
Si el dolor comienza en la espalda y se irradia a la pierna, puede confundirse con una ciática, pero solo durante los primeros días (en los que aún no han aparecido las ampollas). Ocurre cuando el virus ataca las raíces nerviosas lumbares.
El sarpullido se parece mucho al de las lesiones del impétigo, una infección bacteriana que también genera ampollas con líquido que se secan en unos días. Estas suelen aparecer en la cara y, aunque puede darse también en adultos, afecta sobre todo a niños. La principal diferencia es que no hay un dolor previo en el área afectada.
Quiénes tienen más riesgo de sufrirlo
Además de las personas inmunodeprimidas por una enfermedad o por tomar ciertos fármacos (como los corticoides), las opciones de padecerlo aumentan:
- En los mayores de 50. A medida que sumamos años, nuestras defensas pierden eficacia de manera natural.
- Tras un golpe. El sistema inmunitario se pone en marcha en esa zona para reparar el daño. Y si el virus está silente en las células que se han reactivado, puede despertar y multiplicarse.
- Si se sufren trastornos crónicos, como la diabetes, el asma o la EPOC. Se ha visto que, en ellos, las células del sistema inmunológico están debilitadas.
- En épocas de estrés. La bajada de defensas que provocan es una oportunidad para el virus.
El corazón sufre con este virus
Según un estudio publicado en el Journal of the American College of Cardiology, esta infección aumenta hasta un 59 % el riesgo de infarto y hasta un 35 % el de ictus.
El virus puede infectar las arterias, tanto las del corazón como las del cerebro, provocando una inflamación de los vasos sanguíneos (conocida médicamente como vasculitis).
Cuando inflama a las más pequeñas, puede estrecharlas con facilidad. Y eso puede dar lugar a un infarto, un ictus y también aumentar el riesgo de trastornos como las demencias.
Cuidados en casa para superarlo antes
- No demores la visita al médico si sospechas que lo tienes. Lo habitual es que el cuerpo logre vencer al virus por sí solo en unos días, sin necesidad de tratamiento. Pero en las personas de riesgo se suelen recomendar fármacos antivirales porque, con ellos, la probabilidad de acabar desarrollando dolor crónico en la zona (una neuralgia postherpética) se reduce mucho. Sin embargo, para que sean eficaces deben administrarse durante las 72 h posteriores a la aparición de las ampollas. Se cree que, pasado ese tiempo, el tratamiento no es eficaz porque el virus ya ha causado todos los daños posibles.
- Mantén la zona limpia y seca. Es lo más eficaz para evitar que la piel dañada se infecte. Basta lavarla con agua y jabón, y secarla muy bien después. Si la lesión es muy grande o supura mucho, puede recomendarse aplicar povidona yodada o clorhexidina una vez al día.
- Que en tus menús no falten las vitaminas del grupo B. Algunos estudios indican que estas vitaminas facilitan que el organismo libere sustancias –como la serotonina– que regulan el dolor. Y también podrían ayudar a que el nervio lesionado por el virus se regenere mejor. Las encuentras en cereales inte- grales, legumbres, verduras de hoja verde, aguacate, plátano, pescado azul...